Los niños matriculados en los colegios de Educación Infantil y Primaria de O Salnés y Ullán empezaron ayer a superar el síndrome postvacacional gracias al inicio de un nuevo curso. Una extraña combinación de sonrisas y lágrimas introdujo a la multitud que se reunió en torno a las 9 horas frente a las puertas de entrada de los centros de enseñanza en la rutina que anuncia el final del verano para los más pequeños.

Más de 10.000 niños estaban convocados para el arranque de la temporada lectiva 2015-2016. La cifra se reduce con respecto al año anterior en casi todos los ayuntamientos de la zona, y Vilagarcía, municipio con mayor número de habitantes en la comarca saliniense, cuenta con un total de 978 estudiantes de Infantil y 2.126 en Primaria.

El ánimo imperaba en el ambiente que se generaba poco a poco en el entorno de cada recinto. "A este no le supone ningún problema la vuelta a las clases, se lo toma con ganas y comienza con energía", explica Juan Moraña, uno de los padres más madrugadores, pues espera la llegada del resto de alumnos junto a su hijo, matriculado en 6º de Primaria, cuando todavía no se ha roto el silencio en los alrededores del Anexo de Vilagarcía.

"Llevo casi dos años en el paro y estoy separado, así que no había nada que me dificultase demasiado las cosas cuando pretendía pasar tiempo con él", comenta Moraña, que observa cómo su hijo se enfrenta con ilusión a la experiencia de estudiar por primera vez en esta escuela y conocer a compañeros nuevos.

La misma actitud percibe Emilio Suárez, que acompaña a ese mismo lugar a su hija de seis años y tiene la impresión, a veces, de que "todo es fiesta" ante el regreso a las aulas. La pequeña, entre tanto, corre de un lado a otro.

Suárez indica que, debido a la complejidad de los turnos de trabajo, "casi todos aquí recurrimos a los abuelos con mucha frecuencia", pero reconoce que es difícil mantener cuidados y distraídos a los chavales durante el verano. "Son tres meses de infierno", señala con cierto sarcasmo, "es todo un reto conseguir que algunos aguanten quietos cinco segundos".

Varios niños se organizan con la inmediatez de un experto para jugar partidos improvisados de fútbol sala durante los escasos minutos que faltan para la presentación. Padres y madres se saludan, forman pequeños corrillos y permanecen unos instantes en el exterior del colegio después de que los pequeños se dirijan a las aulas correspondientes, lo que reduce sensiblemente el nivel de decibelios que se sentía a la hora marcada para las primeras actividades.

La otra cara de la moneda, la de menores preocupados y con ojos llorosos, parece una simple excepción. "Quizá muchos niños lloran en casa los días anteriores porque se rompe de golpe la rutina de vacaciones, pero se acostumbran en seguida a esto", declara Miguel Martínez, que acudió al Anexo con su hijo de cuatro años. Martínez opina que "a partir de ahora resultará más sencillo organizarse" y comprende la "proliferación de ludotecas" que se puede observar en algunos lugares para mantener a los chicos entretenidos.

Los niños de 3 años que acuden por primera vez a un centro de Primaria pasarán dos semanas en periodo de adaptación para habituarse gradualmente a la nueva dinámica, aunque el ajuste de horarios siempre conlleva un esfuerzo, como apunta Verónica Tancredi, que ha trasladado a su hijo de cinco años al colegio Vagalume de la capital arousana. "Tratábamos de darle clases en verano y esta última semana procurábamos que se fuese más temprano a la cama", dice Tancredi mientras la profesora imparte la primera clase del curso.