La Romaría Vikinga de Catoira alcanzó ayer su momento álgido con la dramatización del tradicional desembarco vikingo a los pies de las Torres do Oeste. Los hombres y mujeres -cada vez más- de Vanir, Thor, Odín, Aesir y otros dioses remontaron el Ulla en sus drakkar ante la atenta mirada de decenas de miles de personas -puede que más que nunca, quizás unas 50.000- que tomaban las orillas del río y el recinto festivo, de nuevo convertido en un gran mercadillo plagado de objetos de artesanía y los más tradicionales productos de alimentación, desde pulpo hasta churrasco, pasando por chorizos, churros, queso, lacones y todo lo que un estómago agradecido pueda desear.

La escena se repite cada primer domingo de agosto, aunque en esta ocasión tenía una particularidad: fue la primera dramatización del desembarco llevada a cabo con el viaducto del TAV terminado y plenamente operativo. La majestuosidad de este símbolo de progreso y modernidad es ya un elemento más del gran escenario en el que se representa cada año la obra teatral que constituye el desembarco vikingo y que, como queda dicho, siguen de cerca -por tierra, mar e incluso aire, con ayuda de drones- millares de ciudadanos llegados de diferentes puntos de España y Portugal.

Esta masiva afluencia de visitantes se hizo notar tanto de Catoira como de la orilla coruñesa, ya que son muchos los que siguen las evoluciones del desembarco desde el otro lado del río, en el municipio rianxeiro. También se hace notar la importante asistencia de público en el servicio de ferrocarril, ya que la vía convencional pasa justo al lado del recinto de las Torres do Oeste, y muchos la cruzan a pie. Esta circunstancia hace que los trenes reduzcan notablemente la velocidad, de ahí que ayer se generaran retrasos en el servicio desde primeras horas de la mañana.

Pero dejando a un lado estos "daños colaterales", hay que centrarse en analizar lo ocurrido con la fiesta de Interés Turístico Nacional que es la Romaría Vikinga de Catoira. Los jóvenes -y no tanto-, que volvieron a dar una lección de maquillaje, implicación y ambientación para parecerse lo más posible a auténticos guerreros escandinavos, se dejaron ver y escuchar desde lejos.

Fueron un millar de figurantes -arropados por visitantes de la ciudad danesa de Frederikssund, hermana con Catoira desde hace años- los que a bordo de los barcos o defendiendo el poblado en tierra firme dieron colorido a la celebración.

Lo hicieron espada en mano, provistos de escudos, hachas y, evidentemente, con el casi obligatorio casco de cuernos a la cabeza.

El vino tinto del Ulla, como si de sangre se tratara, corrió a raudales incluso desde antes de que la flota de guerra que amenazaba Catoira surgiera de la nada, entre la niebla y el humo de las estruendosas bombas de palenque.

Los bárbaros empezaron a amedrentar a los nativos con sus gritos de guerra -"Úrsula" es todo un clásico- y su aterrador aspecto desde el preciso momento en que pasaron sus naves entre los vanos centrales del puente que une Pontevedra con A Coruña (Catoira con Rianxo); unos vanos, por cierto, que con 225 y 240 metros de luz constituyen récords mundiales en este tipo de estructuras.

Muchos de los guerreros ya habían asistido a la cena de la noche anterior en el entorno medioambiental y cultural de las Torres do Oeste, de ahí que el estado de algunos llegado el momento del desembarco y la guerra con los lugareños no fuera el más apropiado.

Y por si las mermadas condiciones físicas de unos pocos o el exceso de alcohol ingerido por otros no fueran suficiente contratiempo, mucho más complicado resultó hacer frente a la marea baja que a la hora del desembarco dejaba al descubierto el fango existente en el entorno de las Torres do Oeste.

Esto hizo que los cuatro barcos de guerra que protagonizaron el intento de conquista no pudieran acercarse como quisieran a la costa, obligando a los vikingos a saltar por la borda unos metros antes de la zona habitual. Por esta razón, alguno se quedó literalmente clavado en el fango, siendo precisa la ayuda de sus compañeros para salvarle de aquella especie de arenas movedizas.

Con estas dantescas pero simpáticas escenas, el desembarco propiamente dicho, la defensa del poblado y demás elementos característicos de la dramatización anual, la mañana resultó tan entretenida como de costumbre, relegando a un segundo plano problemas como los atascos, la acción de los carteristas -parece que inevitable entre tanta multitud-, alguna que otra reyerta y otros contratiempos similares.

Sea como fuere, el desembarco celebrado ayer, con una temperatura agradable -unos 23º- y un cielo ligeramente encapotado que redujo el ritmo de desmayos, volvió a resultar un éxito para Catoira.