"Esta carta la escribo con el objetivo de que este océano creciente y frío (...) me dé la fuerza para poder cumplir todos los deseos que tengo". Así comienza el mensaje que una joven gallega o asturiana -la carta no lo aclara del todo- lanzó al mar dentro de una botella de cristal y cerrada con un tapón de corcho y cinta adhesiva que acabó llegando por los caprichos de las corrientes marítimas hasta el litoral de las islas Malveiras, pertenecientes al archipiélago de Cortegada (Vilagarcía).

La chica se sincera en esta misiva sin firma en la que habla de sus principales sueños, el mayor de todos, "tener éxito profesional". "Amo el arte y quiero dedicarme a él, a estudiarlo, interpretarlo. Me desvivo por él. Poder trabajar en una galería de arte o un museo sería maravilloso", relata.

En una muestra de madurez, la joven soñadora habla de los esfuerzos que ha de realizar para ver cumplida su meta. "Necesito obtener buenas calificaciones". "Me gustaría pasar mi vida viajando, estudiando las catacumbas precolombinas, entendiendo su arte. Necesito visitar el mundo y sentir el arte exótico que me maravilla".

Otro de los objetivos de esta chica y a los que hace referencia en varias ocasiones en su carta es "conseguir dinero lícitamente. Es fundamental para ayudar (...) a mi familia. También para saldar todas nuestras deudas y mejorar nuestra condición de vida".

Cuando habla de amor también lo hace con especial sensatez. Me gustaría estar con algún chico (...). No quiero sentirme atada a nadie. Quiero ser feliz una de las mejores formas de serlo es siendo libre, no quiero que un hombre me limite, encierre o atosigue".

"Es mi momento de saltar y triunfar. Mi deseo es mi estallido, porque mi vida comienza", prosigue. "Y si alguien me enamora quiero que seamos ambos igual de libres. Pues mi espíritu de aventura no puede detenerse jamás".

Y no lo hará. El director del Parque Nacional Illas Atlánticas, José Antonio Fernández Bouzas, ha dado orden de que el mensaje vuelva a ser guardado en su botella y regrese al mar para continuar su viaje por el Atlántico hasta llegar a donde las corrientes oceánicas lo lleven.

Quizás algún día, esta sensata muchacha encuentre por casualidad su misiva protegida en el vidrioso caparazón reposando en alguna exótica playa de Sudamérica. Soñar es gratis y en el mar las cartas no necesitan franqueo.