-Estudió en la Escola de Artes e Oficios Mestre Mateo de Santiago y en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. ¿Dónde aprendió más?

-Aprendí más en Santiago, donde había unos profesores buenísimos. En Madrid un día estaba componiendo un bodegón y un profesor me dijo algo sobre el color. Yo lo veía de otra forma y nos enfadamos. Abandoné la facultad y a partir de ese momento me dediqué a andar de juerga y a vender cosas en el Rastro.

-Viendo sus cuadros a veces da la impresión de que los pinta una persona atormentada, y otras parece que son obra de alguien que se está riendo del mundo. ¿Cuál es la percepción acertada?

-Pueden serlo las dos. He tenido épocas alegres, alegres, he hecho cuadros cubistas, abstractos, realistas...

-Hay otros artistas que apuestan por tener un estilo único.

-Eso es lo que pide el mercado, un artista con un estilo único. Pero yo hago lo contrario. Pinto por impulsos, lo que me pide el cuerpo.

-¿Y nunca se arrepintió de no apostar por hacer una pintura más homogénea, si era como usted dice lo que pedía el mercado?

-Lo intenté, pero no fui capaz. Cuando llegué a las pinturas negras lo conseguí durante un tiempo, pero después me salió otra historia. Como decía Valle Inclán: caminos distintos que, sin embargo, conducen al mismo final.

-Ya que habla de Valle Inclán. Si el escritor de Vilanova pintase, ¿pintaría como Lino Silva?

-Posiblemente. Ya han calificado mi pintura de esperpéntica, y Manuel Lueiro Rey me llamó valleinclanesco en la presentación de mis "pinturas negras" en Cambados.

-Un nieto de Valle Inclán afirma que la fama de bohemio que tenía su abuelo era falsa y que le perjudicó como escritor. A usted también le consideran un bohemio. ¿También cree que le perjudica como artista?

-Pues sí, y es algo que me molesta, que me aburre. Bohemios son los vividores. Me lo siguen llamando, pero no hago caso.

-En Madrid le hubiese sido más sencillo hacer carrera artística. ¿Por qué regresó a Cambados?

-Por morriña, por saudade... Tiran mucho. Y después que me vine para aquí y escapaba para donde fuese.

-El galerista Luis Silvoso decía que usted era su artista preferido, y que no tenía el reconocimiento que se merece. ¿Qué opina?

-No lo sé, eso tiene que decirlo la gente. Decirlo yo sería un acto de vanidad.

-¿Alguna vez ansió la fama, el éxito profesional, ganar mucho dinero con la pintura?

-El dinero sí, como cualquier otro. En cuanto a la fama... la fama en el mundo del arte es como la "Burla Negra" (nombre del barco en el que navegó el pirata pontevedrés Benito Soto), mafia y piratería. Para mí al menos es así.

-Los escultores Francisco Leiro y Manolo Paz también estudiaron en Madrid cuando usted estaba allí. ¿Ya se les veía que llegarían tan alto como lo hicieron?

-También coincidimos en la Escola de Artes e Oficios... Ellos tenían mucho talento, ya se les veía, pero éramos todos así. Quizás ellos tuvieron mayor vista comercial.

-¿Cómo ve la sociedad actual?

-Es demasiado aséptica. Vivimos en una ficción, hay demasiadas máquinas y robots.

-¿Tiene los claroscuros de su pintura?

-Sí que los tiene, sobre todo la política y la tecnología.

-Los artistas clásicos retrataban a reyes y generales, y usted retrata a hombres que a menudo parecen sacados de la barra de un bar. ¿Dónde le nació ese gusto por los personajes de la calle?

-Me gustan porque he vivido mucho en la calle y recorrido muchas bodegas.

-Con lo cual Lino Silva no hubiese sido el Lino Silva que se conoce ahora de no ser por esa discusión con el profesor por la que abandonó la facultad.

-Sería otra historia, distinto. Quizás haya sido mejor así. Así me siento más libre, menos atado.

Lino Silva vive y trabaja en un bajo de la calle Isabel II. Nada más traspasar la puerta, recibe al visitante un pequeño trozo de una barra de bar. Y es que el estudio del cambadés fue hasta hace unos 20 años el "Silva", una de las tabernas míticas del Cambados de final de siglo. En la habitación hay docenas de cuadros de distintos estilos, esculturas, un enorme y escuchimizado Cristo negro, dos violines viejos, una guitarra, un órgano, una televisión, una mesa llena de botes de pintura y unas barras para hacer ejercicios de rehabilitación.

Lino Silva sufrió a principios de septiembre una grave caída en su casa. Pasó tres meses en el hospital, pero cuando volvió a Cambados se le complicó una infección que tenía en la rodilla y al final a los médicos no les quedó más remedio que amputarle la pierna izquierda. Silva habla de este episodio de su vida sin dramatismo, con naturalidad, y cree que le ha afectado a su pintura "porque ahora es más enrevesada".

De hecho, sobre un mueble tiene un grupo de obras sin enmarcar pintadas tras la operación. Una de ellas muestra a un grupo de personajes grotescos que sonríen al frente como en medio de una fiesta. No hay ni un centímetro de aire en esa pintura y un personaje enmascarado hace desde atrás una peineta ante los ojos del espectador. "Es una choqueirada. A Luis (Silvoso) le hubiese encantado". Pero ni siquiera ha perdido las ganas de pintar tras la enorme adversidad vivida. "La necesidad de pintar la llevo dentro, desde niño. Siempre tengo que emborronar algo, aunque solo sea embadurnar, pero tengo que hacer algo, si no no tengo el espíritu contento".

Según el artista, el humor y la pintura le ayudaron a sobrellevar la larga y aburrida convalecencia que pasó en la habitación del hospital. Quizás por ello cuando le dieron el primer alta, en Navidad, empezó a pintar luminosas acuarelas de paisajes: árboles mecidos por el viento, ríos, montañas, amplios cielos azules... Eso es precisamente lo que expone desde hoy en Cambados. Las pinturas negras quedan para otra ocasión.