La segunda jornada del XII Seminario de Atención a Personas Mayores organizado por Comisiones Obreras (CCOO) en el Auditorio de Vilagarcía se centró en el análisis de una visión del neoliberalismo y la sociedad y una charla informativa sobre herencias y sucesiones. Ponentes y participantes criticaron la "involución" social y política derivada de la crisis económica que España está sufriendo en la actualidad y lamentaron el tibio papel del proletariado más joven, en comparación con la lucha activa de los años 60 o 70.

Cinco de los asistentes a las jornadas de CC OO recuerdan para FARO aquellos tiempos en los que participar en una huelga o manifestación era poner en riesgo la propia vida y explican el porqué de que ahora sea más difícil movilizar a los colectivos de trabajadores.

Manuel Cobo (Madrid, 1946) es el secretario de Organización Federal de Pensionistas y Jubilados de CC OO y ofrece un punto de vista racional y moderado de aquella época convulsa. "Nuestras huelgas eran reivindicativas, pero compatibilizábamos presión con negociación, semilla que plantó Marcelino Camacho. Los actos violentos eran causados por sectores más radicalizados y de ultraderecha y si había enfrentamientos con la Policía era porque los agentes entraban en eso". Cobo afirma que "era raro el acto en el que no había tiros e incluso algún muerto".

Este jubilado madrileño cree que la mayor diferencia de los trabajadores actuales con los de la generación de la Transición es que "están más preparados e informados que nosotros". Sin embargo, admite, "la juventud ha sufrido un adormecimiento, un parón ideológico, y la culpa ha sido nuestra, de los mayores. Procuramos dar a nuestros hijos todo lo que no tuvimos y los hemos despolitizado". Mientras, apunta, "el capital sigue echando mano de la política para aplicar su forma de ver el mundo y mantener el control", pues, opina, "con la Transición, no se realizó una ruptura total con el anterior sistema franquista, como se dijo".

Manuel Cobo sostiene que "con nuestras reivindicaciones conseguimos muchas cosas: derechos sanitarios, seguridad en el trabajo, convenios colectivos dignos. Todo eso ahora está en retroceso. Calculamos que el 50% de los derechos sociales y más del 60% de los laborales están en seria amenaza".

Golpe de Estado en el mar

El sector más activo en la lucha sindical durante el final de la Dictadura en Galicia fue el naval. Mario Rico (Ferrol, 1948) vivió en sus carnes la crudeza de aquellos conflictos para defender sus derechos laborales. "Comencé a trabajar en Astano en 1971, al año siguiente, la Policía asesinó a dos compañeros de Bazán. Quisimos cruzar el puente para unirnos a ellos en Ferrol, pero la Armada lo bloqueó bajo amenaza de volarlo si lo intentábamos", afirma. Un año antes de la muerte de Franco, el sector aprobó un convenio que obligaba a un ajuste que se llevó por delante a cinco empleados de Astano. Él era uno de ellos. "En 1976 se decreta la amnistía, nos readmiten y solo nos preguntan si pertenecemos al Partido Comunista".

Las buenas noticias duraron poco. "En los 80 el gobierno socialista se puso las botas con la reconversión naval. Esa crisis se ha mantenido ininterrumpidamente hasta ahora. El supuesto negocio de los floteles de Pemex no me lo creeré hasta que vea a la gente trabajando. Fue puro electoralismo", sostiene el ferrolano.

Su compañero de sindicato, el marinense Luis Camiña (1950) dedicó su vida al trabajo en la marina mercante. Casualidades de la vida, el último día de diciembre de 1980 la tripulación del buque en el que estaba enrolado se declaró en huelga tras cuatro meses sin cobrar. "Lo peor no era eso, sino la deficiente seguridad en el barco", dice.

"Nuestro encierro, durante el cual permanecimos fondeados en el puerto de Las Palmas, duró hasta el 4 de abril de 1981. Allí dentro vivimos el golpe de Estado del 23-F. Por suerte, yo pasé esos días con mi mujer, pero tenía compañeros que sufrían mucho mientras escuchaban la radio y recibían llamadas para saber qué estaba sucediendo en la Península". relata.

Durante aquellos días, Camiña y sus compañeros recibieron la desinteresada ayuda de la población grancanaria, de asociaciones y del sindicato, "que nos abasteció durante esos tres meses de comida y combustible".

El hambre del maestro

La pontevedresa Mercedes Márquez (1953) perteneció a la generación de maestros que consiguió unos avances que transformaron a un gremio históricamente desfavorecido en otro de clase media. "Mis padres eran profesores. Recuerdo cuando era niña y empezamos a comer asiduamente carne y alimentos sólidos, porque antes no nos los podíamos permitir, pese a que los dos trabajaban". Ella empezó a impartir clases en los 70 "en aulas de hasta 45 alumnos. Estaban desbordadas, nuestros salarios eran bajos y trabajábamos muchas horas". Tras las huelgas de 1977 y 1988, sus derechos mejoraron, pero ahora teme una recesión. "Ya no se cubren bajas de corta duración, se reducen los sueldos y se han recortado las ayudas a las aulas de alumnos con necesidades especiales".