Se despiertan con el ruido cada mañana, aunque también es cierto que cada día que pasa están más acostumbrados a escucharlo. Abren los ojos y lo primero que ven son camiones, hormigoneras, portentosas grúas y, sobre todo, un armazón de hierro que sobrevuela sus cabezas y ha venido para quedarse.

Los vecinos del ayuntamiento coruñés de Rianxo y los del municipio pontevedrés de Catoira ya casi no recuerdan cuando hace unos años empezaron a escuchar los estruendosos ruidos procedentes de las voladuras para realizar los destierres, excavaciones y túneles que anunciaban la llegada del Eje Atlántico para el Tren de Alta Velocidad.

Ahora las molestias son, quizás, mucho menores, pues las obras están en su recta final, ya no son necesarias explosiones controladas y con el paso de los años uno acaba acostumbrándose a todo, incluso al ruido. Pero aunque los perjuicios son menores, no cabe duda de que el impacto visual provocado por el viaducto que cruza el Ulla es incuestionable.

Una vez más es llegados a este extremo cuando hay que hablar de desarrollo sostenible, de progreso, de la alteración del ecosistema o de la necesidad de acometer infraestructuras que mejoren la calidad de vida de los ciudadanos, aunque eso implique introducir cambios como los que origina esta majestuosa estructura de hierro visible desde cualquier rincón del centro urbano catoirense y la parroquia rianxeira de Isorna.

Pues ese debate, el de si vale la pena construir obras así, el que plantea la necesidad o idoneidad de dejar paso al progreso o el que cuestiona la conveniencia de estas infraestructuras está en la calle. Y no es la primera vez que esto ocurre en Catoira y Rianxo, pues ya se encontraron en una situación semejante cuando hace unas décadas se construyó el puente interprovincial que cruza el Ulla a la altura de las Torres do Oeste, éste para circulación rodada y peatonal.

Ahora es otro puente, el del tren el que se levanta río abajo y da lugar a todo tipo de reflexiones. "No nos acostumbramos a ver esto", dicen algunos de los vecinos consultados mientras apuntan con su mirada al esqueleto de hierro que, pintado de verde, tienen sobre sus cabezas. "Cuando acaben las obras todo será más fácil y pronto nos adaptaremos; también en su día nos resultaba chocante ver el puente de la carretera que pasa junto a las Torres y ahora ya no pensamos en ello, sino que simplemente está ahí, sin más", replican otros ciudadanos, tanto los residentes a una como a otra orilla del Ulla.

En un bar cercano al lugar de las obras, muy frecuentado por decenas de obreros que en ellas participan, casi siempre se habla de lo mismo, y entre los diferentes temas de conversación elegidos están las obras del TAV. "El impacto visual va a reducirse mucho cuando retiremos las islas de tablestacas y los muelles de escollera que hemos colocado en el río para poder construir los pilares del puente e izar las estructuras metálicas; cuando todo eso desaparezca simplemente quedará el viaducto, y a mucha altura", asegura uno de los operarios.

"No nos queda otra que acostumbrarnos; el tren tenía que pasar por alguna parte y nos ha tocado a nosotros, así que tendremos que aprender a convivir con ello", declara, resignado, un vecino de avanzada edad. "Es verdad, pero no puedo dejar de pensar que hace unos años nada de esto estaba ahí", apostilla la mujer que lo acompaña".