Los católicos que este domingo acudan a la iglesia parroquial de Carril "arrepentidos, confesados y habiendo comulgado" obtendrán indulgencia plenaria. El papa Pío VII concedió en 1818 este privilegio a la iglesia vilagarciana para conmemorar el aniversario de la traslación de las reliquias de San Fidel, y la indulgencia se concede los domingos siguientes al de Resurrección y a la fiesta del Apóstol.

Las reliquias son fragmentos del cuerpo de santos. En O Salnés hay varias, como las de San Blas, San Roque, San Antonio y San Benito que se custodian en varias parroquias de Meaño, pero solo se conservan dos completas: las de San Fidel, que permanece en la iglesia de Carril, y la de Santa Plácida, cuya urna de cristal se encuentra en una capilla lateral de la iglesia de Rubiáns, también en Vilagarcía.

Se trata de esqueletos completos -"no le falta ni una falange", afirma el párroco de Carril, José Antonio Ríos, en referencia a San Fidel-, recubiertos por una pasta de cera o una tela fina que simulan la piel. En ambos casos se encuentran en el interior de una urna de cristal y sus ropajes son los que la tradición atribuye a ambos santos.

Así, San Fidel tiene una vestimenta militar, por tratarse de un soldado natural del norte de Italia, y muerto en el siglo IV. Santa Plácida, por su parte, va vestida como una doncella y lleva la palma del martirio. En ambos casos se trata de imágenes muy queridas por los vecinos, que incluso han desarrollado leyendas sobre ellas. En el caso de la de Santa Plácida, por ejemplo, dice la tradición popular que le crecen las uñas y el pelo, como ocurriría con algunas personas momificadas. El párroco, Juan Figueiras Rama desmonta esta suposición con una chispa de humor. "Nunca he tenido que llamar al barbero". Pero hay otra tradición vinculada a Santa Plácida, y que recoge la página web de la Mancomunidade do Salnés.

La leyenda popular dice que Plácida era una vecina de la zona. Un día estaba hilando a la puerta de su casa y pasó por allí un forastero, que se enamoró de ella. Intentó seducirla, pero Plácida lo rechazó. La tradición popular cuenta que entonces el hombre la raptó, llevándola para una zona apartada, donde intentó forzarla y finalmente la mató, ocultando el cuerpo con unas ramas. Añade el relato oral que justo un año después un carretero pasaba por la zona, y de repente los bueyes se le pararon, negándose a seguir. El hombre, entonces, bajó del carro y vio el cuerpo incorrupto de Plácida, como si estuviese dormida.