A Joaquín Prol Vila, visitante asiduo y colaborador del museo le gusta, es mas, siente necesidad vital de recordar las singladuras que con su padre, Francisco, y su hermano completaban a bordo de su dorna de "10 cuartas" entre las rías de Arousa y Pontevedra.

Era norma habitual en los tiempos a los que vamos a referirnos que los hijos varones dejasen la escuela a la edad de ocho años. Joaquín "O Boleiro" embarcó en la dorna "Irlanda" de su padre en el año 1934 para hacerse cargo del remo de "arca". Al año siguiente, y como la tarea era dura, hubo de enrolarse su hermano "Paquito", de seis años.

La pesca de la lubina y del abadejo tenía un mérito especial en esta época. El abadejo o "corbelo" fue salado en Galicia desde siglos atrás como sustituto del apreciado bacalao; eran peces que llegaban a pesar hasta diez kilos.

Se necesitaba conocer las piedras o pesqueros, marcarlos por enfilaciones de faros, montes y rocas de la costa, también conocer o adivinar las querencias de cada especie según el flujo de la marea, la profundidad, la climatología y la estación del año.

Con la sonda o "sebeiro" se construía un mapa mental en tres dimensiones de las rocas que en el fondo servían de biotopo, de habitáculo. También era necesario fondear con la precisión adecuada para que, al soltar cabo, la dorna se situase sobre la "posta" de pesca.

Se empleaban algunos sistemas que son ya desconocidos a los actuales pescadores de cordel, pescadores estos casi todos deportivos y que disponen de otra tecnología.

Las "poutadas", primitivas anclas de piedra y madera, eran las usadas para dar fondo en zonas de arena. En áreas rocosas se usaba un "pandullo", es decir, una piedra simple amarrada a un largo cabo de esparto. No podían permitirse la perdida de una valiosa ancla de hierro. Las "liñas" eran mejor de algodón que de cáñamo, para pescar el abadejo, pues al "dar mas de sí" permitían trabajar mejor la resistencia de los grandes peces.

Los anzuelos eran del número 11 y la plomada se armaba sobre un alambre de cobre. No había cartas náuticas, solo una brújula o compás de fabricación casera, sobre todo en caso de niebla, y primaba el conocimiento de la costa y sus escollos.

Para la pesca del abadejo, además de estos conocimientos se necesitaba un cebo que había que conseguir y mantener vivo en el vivero de la dorna el mayor tiempo posible. Este cebo es un pequeño pez, el lanzón, bolo o "meixuja", como es llamado en O Grove, pues los nombres comunes de animales y plantas del mar difieren en cada localidad mucho mas frecuentemente que los de tierra. Se guarece este pez enterrándose en la arena y por ello es pescado en las playas con redes de cerco y arrastre del tipo "rapeta" o "boliche".

En el tiempo que narramos no se estilaba por esta banda de la ría la modalidad de esta pesca, que luego introduciría la flota cambadesa. Era pues necesario navegar a vela, si soplaba algún viento, o a remos, hasta las playas de Bueu, para luego volver pescando por los costados de Sálvora o San Vicente y por fin llevar a Cambados la pesca para su venta. Y vuelta a la base: Portomeloxo.

El señor Joaquín nos explica con todo detalle cómo se construye un vivero en la dorna, que sea práctico, donde los lanzones se hallen a gusto enterrados en la arena que se les proporciona, solo asomando las cabezas como una alfombra de jóvenes brotes.

Es imprescindible una eficaz renovación de agua, que entra por unos agujeros laterales practicados a cada lado de la obra viva de la dorna.

Asimismo, es indispensable disponer en estos agujeros de unos "tutelos" de caña, para evitar que, al ir en vela, la fuerza del agua que entra inunde la dorna al dificultarse su salida.

Estos trozos de caña deberán protegerse en su extremo interior con una rejilla de cordel para evitar que se escapen los bolos. Una vez en puerto conviene fondear la dorna en la bocana para que reciba aguas frescas y ricas en oxígeno. Se dejaba el palo armado, facilitando un movimiento de bamboleo al elevarse así el centro de gravedad.

De detalles tan ingeniosos como sencillos, que recuerdan a las industrias neolíticas, dependía la vida de la familia, el plato en la mesa y la leña de la lumbre.

En el verano de 195, cuando Joaquín tenía 24 años, se inauguró el baile y el cine Marino de O

Grove. Fue todo un acontecimiento. La expectación entre la juventud era grande, pero Joaquín había prometido a su padre que a las doce de la noche estaría preparado en Portomeloxo para salir rumbo a la ría de Pontevedra a "encarnar", en busca de la preciada "meixuja" y, dejando atrás los sones de la música y la algarabía de la fiesta, pasó por su casa a cambiarse.

A media noche estaba la tripulación, padre y dos hermanos a bordo de la Irlanda. Calma chicha, el viento no quiso asomarse y remaron hasta Bueu despellejándose las nalgas, en palabras del propio Joaquín. Llegaron de amanecida, con la suerte ahora de encontrar un barco virando el lance. A veces era necesario demorarse más de un día y dormir en la dorna, esperando que los barcos de Bueu pudieran pescar el bolo y así "encarnar."

Pusieron rumbo al norte con el vivero ya abastecido, pasaron aún remando entre Camouco y Picamillo, pues el viento no se levantaba. Pero alcanzada la costa de San Vicente y "debaixo dos cañóns" -en alusión a la batería militar- pudieron echar las "liñas" al mar con la "meixuja" viva, atravesada en sus labios por el anzuelo y atrayendo a los hambrientos abadejos con sus movimientos.

Los mares estaban limpios y las poblaciones de peces disfrutaban de la libertad de un espacio sin cadenas, sin barreras, sin redes. En el término de dos horas los abadejos virados en el panel de popa llegaban a las rodillas de los pescadores. Con los coletazos, la sangre teñía las ropas y las maderas del barco. La línea de flotación había ascendido hasta casi ocultar el nombre Irlanda pintado en la "táboa de encubrir".

La travesía continuó hasta el puerto de Cambados, donde se desembarcó la pesca para ser vendida y la singladura terminó al atardecer, donde comenzó, en el mismo puerto de Portomeloxo, para descansar hasta el día siguiente, aunque ahora el cebo podría permanecer vivo, sin novedad, hasta una semana y los siguientes esfuerzos serían más llevaderos.

"De esto xa hai una encambada de anos. A vida era escrava, pero como todo era así; xa non nos parecía mal a nadie. Como todos andábamos igual non nos extrañábamos ningún. Pero nadie quedaba atrás", explica el señor Joaquín.

En todas las rías el oficio de pescador es distinguido por ser más especializado que el de marinero, este de carácter mas general. Según el señor Joaquín no todo el mundo valía para ser pescador de cordel, pues había que tener la cabeza muy bien organizada. Y el que no valía se dedicaba "ó rastro das ameixas, a andar coas nasas por terra e outras maneiras de vivir do mar".

De todas formas el cambiar de arte dependiendo de la sazón, de la temporada o del mercado fue siempre perfectamente compatible con la versatilidad de la dorna, con la que se pudo aparejar adaptándola a cualquier sistema de pesca posible en las rías.

No cabe duda de que los momentos que estos hombres vivieron a bordo de sus barcos y que ahora rememoran con increíble nitidez son una parte de la historia del mar.

(*) José Luis Escalante, "Peliso", es biólogo marino y director del Museo de la Pesca y la salazón de Punta Moreiras (O Grove).