La comarca de O Salnés no cuenta apenas con grandes elevaciones ni extensas sierras junto a la costa. El paisaje se caracteriza por sus zonas preferentemente bajas, motivo por el que los pocos montes que existen fueron utilizados para fines defensivos y estratégicos, como es el caso de Monte Lobeira, en Vilanova de Arousa.

Desde ayer, en los alrededores del monte se pueden encontrar paneles informativos que explican cómo era antiguamente el castillo, fortaleza y conjuntos de castros que definían la arquitectura de Monte Lobeira.

El castillo fue construido en la cota más alta del monte, a unos 284 metros de altura, aproximadamente en el siglo XI. Éste sufrió varias transformaciones a lo largo de su historia, desde su construcción más primitiva, un poblado de castros denominado Castrum Lupeirae, pasando por el castillo hasta la relevante fortaleza en la que se convirtió a partir de la Edad Media.

La construcción perteneció desde el siglo X hasta el XIV al arzobispado de Santiago para vigilar el paso desde la costa al interior, una localización estratégica desde la que se divisa una panorámica excelente de la comarca de O Salnés, con un único sector de acceso al edificio. Fue testigo de las luchas entre otros de sus dueños, Raimundo de Borgoña y doña Urraca, que lo perdieron a manos de Arias Pérez.

En las revueltas populares del siglo XV, los Irmandiños intentaron derribarlo y prenderle fuego. En el siglo XVII pasó a manos de los Mariño de Lobeira que más tarde lo abandonaron y lo demolieron. Son muchos los restos que se pueden apreciar y que aún hoy se malconservan. Se preservan pocos vestigios de lo que fue la muralla, que se puede intuir por la tipografía del terreno y por la aparición de alineaciones de piedras en la superficie del suelo.

Interior de la fortaleza

Desde el patio de armas que hoy en día es el aparcamiento, se asciende por una larga escalera escondida bajo una buena mata de zarzas y tierra, donde ya podremos encontrar la entrada y puerta principal al castillo. Ésta se encontraba al sur, y era la única entrada posible al recinto. Su anchura era de más de 1,5 metros. Dentro de las murallas se podía divisar las diversas cavidades y habitáculos formados entre el hombre y la naturaleza y que eran utilizadas por los antiguos moradores. Un pequeño número de personas hacían vida permanente en el castillo, lo que supone la existencia de hogares y dormitorios y también de caballerizas, para el Merino y sus tropas.

En la parte posterior de las murallas se sitúa el aljibe, quizás el elemento que mejor se conserve de toda la construcción. La existencia de estos pozos era necesaria para resistir los asedios, además formaba parte del complejo sistema hidráulico que cubría de agua la fortaleza.

La torre del homenaje contaba con tres pisos de madera, alcanzando una considerable altura y se empleaba para la vigilancia, como lo demuestran diversos rellenos y allanamientos del terreno. Son muchos los rebajes que se observan en las rocas y que antaño hacían base para los sillares que conformaban el Castillo de Lobeira.

De los trabajos arqueológicos realizados en el Monte, se han desenterrando restos como una moneda de la época de la segunda revuelta irmandiña, un proyectil de piedra y abundantes restos cerámicos. Entre ellos, loza sevillana y cerámica de Manises.

Su existencia concluiría con la invasión romana pero es probable que el castro fuera aprovechado en los siguientes siglos por los pueblos galaicos para esconderse y defenderse de los invasores romanos y posteriormente de los suevos

La fortaleza no es el único vestigio de la antigüedad que queda en Lobeira. El monte acumula una importante historia arqueológica, como por ejemplo, dos mamoas y un círculo lítico, además de varios depósitos de la Edad de Bronce.