El 2 de octubre de 1982, el ministro de Fomento, Luis Ortiz, acudía a A Illa de Arousa para colocar la primera piedra de una obra que estaba llamada a acabar con el aislamiento secular de los vecinos de la, por entonces, parroquia de Vilanova. Aquella primera piedra fue el pistoletazo de salida para la construcción de una infraestructura pionera en muchos aspectos: fue el puente más largo en el que no se emplearon juntas de dilatación, ya que se trataba de un tablero continuo que se iba construyendo gracias a una cimbra.

La inversión no era algo baladí, ya que superaba los 1.500 millones de pesetas de la época, casi la mitad del presupuesto que manejaba la Consellería de Obras Públicas. Comprender la magnitud de la obra sólo se puede hacer analizando los materiales empleados y sus cifras: 21.000 metros cuadrados de hormigón, 1.300 toneladas de acero para armar, 500.000 kilogramos de acero para pretensar y 2.000 metros de pilotes de 1.500 milímetros de diámetro para las bases.

El puente se apoya en 39 pilas de hormigón armado que se cimentaron directamente en la roca, aquellas más próximas al continente, mientras que las restantes necesitaron de profundizar en la cimentación hasta 35 metros por debajo del nivel del mar en alguno de los casos. La construcción se inició en Vilanova de Arousa y fue avanzando, poco a poco, hasta O Bao, a donde llegó a mediados de 1985. De hecho, más de un arousano cruzó el puente antes de la inauguración por una urgencia médica.

Tres años

Durante casi tres años, los vecinos de A Illa se acostumbraron a ver como, semana a semana, las obras iban avanzando, especialmente cuando se comenzó a trabajar en el tablero, que proseguía a razón de 50 metros semanales, y tapando los enormes pilares sobre los que se apoya, hasta que llegó aquel 14 de septiembre, jornada en la que los vecinos de A Illa pudieron cruzar hasta el continente sin necesidad de subir a la "motora".

Un cuarto de siglo después, el puente forma parte de la idiosincrasia del municipio y hasta se encuentra en el escudo. Es más, A Illa no se puede entender sin ese cordón umbilical que la une al continente y que significó la libertad en muchos aspectos, pero también la pérdida de algunas de las señas de identidad que tenían los isleños.

Lavado de cara

Justo cuando se cumple el aniversario, la espectacular infraestructura se encuentra sometida a un importante lavado de cara. En esta ocasión, la obra tiene como objetivo reparar el puente, especialmente los pilares que han sufrido la corrosión del agua salada, y humanizarlo, introduciendo un carril bici que permita recorrer los casi dos kilómetros de longitud sin peligro de ser arrollado por algún vehículo.

Lamentablemente, la finalización de la obra no ha llegado a tiempo para que el puente pudiese mostrar su cara más atractiva precisamente cuando cumple sus bodas de plata uniendo A Illa con el continente.