Como Spiderman, recorren las paredes sujetos a su hilo de araña sin noción de riesgo por trabajar en las alturas y como método contra el vértigo un simple “tapón para los oídos”.

Ayer, cinco operarios de la empresa viguesa “En Vacío Noroeste” se colgaron literalmente de la fachada de Covadonga 14, con casi diez pisos de altura, como si nada. Tenían que forrar las fachadas y recubrirlas con paneles de uralita para evitar filtraciones. Hoy continúan pero también tienen otro encargo en Rosalía de Castro “en un edificio que culmina en forma de pico”.

Antonio Díez y su mujer, María del Carmen González, son los dueños de esta firma que realiza trabajos en altura y cuya trepidante actividad comenzó hace ocho años.

Hoy están consolidados tras acumular experiencias de lo más vertiginosas como trabajar a ochenta o cien metros sobre el suelo. Así la Torre de Toralla, el Hospital Cíes de Vigo, la cúpula de la central del Banco Pastor en Vigo, son algunos ejemplos que les avalan.

Antonio Díez reconoce que la crisis les ha afectado. “Antes éramos 16 trabajadores y ahora somos cinco, pero para hacer esto hay que tener muy buena forma física. Yo ahora sólo me cuelgo un día por necesidad”.

Todos sus empleados son amantes del alpinismo, de la espeleología, han hecho puenting, disfrutan de la velocidad en las motos o desarrollan otro tipo de deportes de riesgo.

Por eso eligen también una actividad laboral al límite. “Para todos los oficios tiene que haber alguien”, explica este empresario, con 49 años cumplidos.

Y es que colgarse no es tarea fácil. “Nadie aguanta jornadas de ocho horas seguidas, porque la sangre deja de circular por el cuerpo, y hay que estar en perfectas condiciones físicas”.

“Con esto de la crisis me han venido personas de 40 o más años a pedir trabajo, asegurando que de jóvenes han hecho alpinismo, y aunque a alguno les he dado la oportunidad, no aguantan ni un día”, reconoce Díez.

Es por tanto un oficio de corto recorrido que obliga a la “jubilación” temprana ya que requiere no sólo preparación adecuada sino también una buena forma física.

Y, aunque la crisis también les afecta -tienen menos volumen de trabajo y ya han cerrado algunas empresas- se saben imprescindibles. “Llegamos a donde no llegan los medios convencionales, además somos más económicos pues no se necesitan andamios ni permisos para su instalación, y realizamos el trabajo con más rapidez”, explica el promotor de la iniciativa.

Además, entiende, se trata de una actividad muy segura en la que se emplean cuerdas muy resistentes y sujeciones especialmente diseñadas para la actividad.

“Hemos hecho pruebas de carga con las cuerdas y resisten 600 kilos o más, lo que quiere decir que puede tranquilamente con cuatro operarios a la vez. Además, cada cuerda va sujeta a dos paraboles que se enroscan en la fachada y utilizamos cualquier otro elemento que nos dé más seguridad”, explica.

Gracias a todas estas medidas, en los ocho años “no hemos sufrido ningún percance” y los sustos se han limitado “a que se nos caiga el taladro de pilas, a olvidarnos el martillo o a tener una caída de espaldas que puede provocar una rozadura por culpa de la pared”.

Por ello, Antonio Díez asegura que él no tiene ningún miedo “aunque sí respeto las alturas, porque una caída de más de cinco pisos es mortal”.

Lo que sí tiene claro es que la empresa va a tener continuación. Su hijo Jaime, con 26 años, se cuelga todos los días, desde que comenzó la actividad de la firma viguesa.

Pero lo más significativo es que su propia mujer, María del Carmen González, “también se colgó” para colaborar en los inicios de la empresa.

“Lo hacemos para comer. Si nos toca la lotería como pasó en Carril lo dejamos y pasaremos el resto de nuestros días en la playa, en Andalucía”, desea.