El año pasado, Roger Myerson pronunciaba ante la Sociedad Econométrica norteamericana una conferencia en honor a Leonid Hurwicz bajo el título "La teoría fundamental de las instituciones". Un año más tarde, la Real Academia Sueca de las Ciencias acaba de distinguir a ambos economistas, junto a Eric Maskin, por haber desarrollado la teoría del diseño de mecanismos. A sus noventa años, Leo Hurwicz acaba de recibir los laureles académicos por un trabajo pionero que, en distintas direcciones, ha sido continuado por autores como Myerson y Maskin, avanzando en el análisis de la eficiencia de las relaciones de mercado, de los mecanismos de regulación y de los procesos de votación. Curiosamente -o no- estos dos últimos son matemáticos de formación.

El a veces denominado Premio Nobel de Economía no fue establecido en 1895 por Alfred Nobel. Fue el Banco de Suecia quien lo instauró en 1969 con objeto de celebrar los trescientos años de historia de la entidad. Al igual que en el resto de premios, la Real Academia Sueca es la encargada de otorgar el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel.

En sus treinta y nueve años de existencia, la Real Academia ha distinguido con el premio a un total de sesenta y un economistas en una serie que comenzaron el noruego Ragnar Frisch y el holandés Jan Tinberger en 1969. Frente a este carácter europeo de los primeros laureados, lo cierto es que la lista de premiados ha estado cada vez más copada por economistas vinculados a la academia norteamericana, cuestión paralela a la preponderancia en materia económica de las universidades de este país en el panorama académico internacional. Economistas como Samuelson, Arrow, Friedman, Tobin, Buchanan, Solow, Coase, Becker, North, Lucas, Mundell, Stiglitz o Phelps configuran el selecto club, en el que sigue resultando llamativo que no figure ninguna mujer.

La existencia y forma de gestión del "premio Nobel" de economía ha generado un debate con variedad de argumentaciones y críticas. El debate incluye desde las posiciones puristas que alegan que no fue establecido por Alfred Nobel, hasta las que no consideran a la ciencia económica como equiparable a las ciencias naturales, pasando por aquellas posiciones críticas con los enfoques dominantes de pensamiento económico, y que consideran al premio como un mecanismo que respalda esa dominación y acaba consolidando el sistema económico vigente. Quizás desde estas perspectivas resulte más apreciada la concesión del premio Nobel de la paz en 2006 al economista Muhammad Yunus por sus esfuerzos para crear el desarrollo económico y social desde abajo a través de formas de organización que incorporan un sistema de microcréditos.

En todo caso, a pesar de la controversia, y gracias en parte a la equiparación práctica con el resto de los premios Nobel, el premio del Banco de Suecia ha conseguido un reconocimiento académico que lo ha convertido en la principal distinción que puede entregarse en economía. Entre los economistas distinguidos con el galardón existen autores cuyas ideas han tenido un mayor impacto en nuestras sociedades, mientras otros han ceñido su contribución a su campo específico de investigación. En la medida en que las aportaciones de los economistas indagan más allá de los límites tradicionales de la economía, desarrollan ideas sobre cuestiones de calado y no se limitan a cuestiones técnicas, implican una concepción integradora del análisis de la sociedad y asumen un enfoque multidisciplinar que permite desarrollar implicaciones políticas, las ciencias sociales encuentran un camino de avance certero. Esta es una dirección necesaria para nuestras sociedades, aunque desde luego no debe implicar un carácter excluyente hacia otras líneas de avance del análisis económico moderno.

La existencia del premio de economía en memoria de Nobel permite difundir avances relevantes de la ciencia económica actual. Esa capacidad mediática es importante para cualquier ciencia. A la vez, debemos reconocer las insuficiencias de la ciencia económica y del conjunto de las ciencias sociales en un mundo lleno de incertidumbre, porque no es fácil acertar en las conclusiones sobre algo tan complejo como la sociedad y la economía. Pero en esa insuficiencia está justamente la principal motivación y razón de ser de las ciencias sociales de cara al futuro. Porque necesitamos conocer mejor nuestras sociedades para conseguir cambiarlas. Y desde luego el cambio político, económico y social continua siendo la asignatura central en un mundo en el que buena parte de la humanidad experimenta demasiadas desigualdades, enfermedades y subdesarrollo.