Desde la década del treinta del siglo pasado las veintitrés naciones hispanohablantes han venido celebrando el Doce de Octubre como la Fiesta o el Día de la Hispanidad, denominación, aunque no la festividad que desaparece de nuestro calendario desde 1987, quizás por melindrosas razones de ultra corrección política. Lo que no se podía borrar era la fecha en la que Cristóbal Colón avizoró por vez primera la tierra americana para dejar inaugurado un encuentro de civilizaciones único en la historia de la humanidad.

Acertado si fue que cayese en desuso el ambiguo término de Día de la Raza, establecido en 1913. La pluralidad de etnias, civilizaciones y culturas que abarca el universo hispano-americano es irreducible a una concepción singular de raza, además de lo discutible que resulta tal calificación.

Hoy cerca de 400 millones de hispanohablantes, desde España, pasando por la Patagonia y hasta las orillas del lago Michigan en Chicago, una comunidad hermanada en la lengua y en el fructífero intercambio de experiencias civilizadoras se dispone a celebrar el día de su identidad, la Fiesta de la Hispanidad. No en balde en la América sajona se les llama "hispanos".

En cualquier caso, de lo que si estoy seguro es que este año la celebración del Doce de Octubre tendrá entre nosotros una especial significación. Por primera vez en las calles y las plazas de España la presencia masiva de los inmigrantes hispanoamericanos hará realidad la fusión de esa extensa comunidad que nos abraza a todos.

Durante décadas de retórica acartonada se solemnizaba el Día de la Hispanidad, cuya más vistosa escenificación se encontraba en los bríos de la parada militar. En la mañana de este Doce de Octubre los hombres y mujeres, familias enteras del continente hermano, con sus banderas y la singularidad de sus hablas, estarán presentes, como uno más entre nosotros, en los desfiles que celebran la festividad.

Yo estaré junto a ellos y recordaré a los emigrantes gallegos que, emocionados y con lágrimas en los ojos, han celebrado este día en las calles de Buenos Aires, La Habana, Quito, La Paz, la ciudad de México o cualquier otro acogedor rincón americano.

Y comprenderé la nostalgia que embargará a la familia hispanoamericana cuando cese el sonido y la luz de la fiesta.

* Cónsul General de la República

del Ecuador para Galicia