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Silleda: Campo, Cuartel y la Robleda

Dado que en esos años había cuatro calles, que se reducían a dos, resultaba fácil clasificar a sus habitantes en una u otra; niños y mayores defendían aquella división como algo propio

En todas las ciudades, y también en las villas más o menos grandes, la gente que habita en calles cercanas se agrupa en barrios, zonas o lugares. El plano urbano de la Silleda de nuestra infancia, allá por la década de 1950, tenía una estructura básica que giraba en torno al cruce, como lugar de referencia. Era, a falta de una plaza, el centro neurálgico de la villa. Allí se juntaban las dos grandes calles: General Franco, que iba a lo largo de la carretera de Santiago a Ourense y que subiendo desde la casa de Trabazo, pasaba por el ayuntamiento, el cruce, las escuelas y llegaba hasta Correos, ya en Campo. La otra calle iba desde las Casas Baratas, por la zona de la iglesia, el cruce, donde enlazaba con la de José Antonio o carretera de la feria, y llegaba hasta el campo de fútbol viejo, pasando por delante del Cuartel (hoy Casa da Cultura).

Pues bien, todos los que vivían a lo largo de la primera eran los de Campo y los de la segunda eran los de Cuartel. Esa división, aparentemente clara, planteaba algún problema de pertenencia. Las Casas Baratas, por ejemplo, eran de Cuartel. Las de O Castrelo eran de Campo. ¿La confitería? ¿La farmacia? Ese era un problema difícil de resolver porque daban a las dos calles. Fruto de esa división por calles, surgió la idea de Campo y Cuartel. ¿Quién puso esos nombres? ¿Por qué se llamó así? No se sabe, pero estaba claro para todos, por estar el lugar de Campo en una calle y la existencia del Cuartel en la otra. Era una simplificación debido a la estructura urbana del pueblo.

Dado que en la Silleda de esos años había realmente cuatro calles, que se reducían a dos, resultaba fácil clasificar a sus habitantes. O se era de Campo o de Cuartel. No había otra opción. En Silleda, todos, desde pequeños, tenían clara su pertenencia. Pero esta división no solo era cosa de los niños o de los jóvenes. Los mayores, los dueños de los negocios y comercios, también formaban parte de ella y la defendían como algo propio.

Llegadas las fiestas patronales, los pasacalles mañaneros de las bandas iban desde el Ayuntamiento hasta Correos y desde la antigua casa rectoral hasta el Cuartel. Si había dos bandas de música o dos orquestas, había que repartirlas entre las dos calles. Las fiestas, que al principio se celebraban en torno al cruce o a la iglesia, por exigencias de los comerciantes, pasaron a celebrarse también delante del Cuartel. Se iluminaban ambas calles, se hacían dos palcos y se creaban dos zonas de fiesta. Esa dualidad y, a veces, rivalidad existente entre la gente de negocios, era más visible entre los niños y los jóvenes.

A la escuela asistían niños de las Casas do Monte, de Mourelos, de Toiriz, de O Foxo, pero, sobre todo, estaban los de Silleda capital, que éramos la mayoría. En los recreos jugábamos todos juntos, sin distinciones, ni problemas, pero, acabada la clase, si había que hacer un partido de fútbol que tuviese interés, no se elegía entre los amigos. Se anunciaba el partido Campo contra Cuartel, que era el de la máxima rivalidad. Allí, en la escuela, era el lugar en donde se acordaban los partidos, las quedadas, los retos... Los mayores, sobre todo en las fiestas, jugaban un partido parecido, el de casados contra solteros. Si había que hacer una guerra, una batalla estratégica con piedras, espadas de madera, estaba claro que el enemigo a batir para los de Campo eran los de Cuartel, y viceversa. Lo mismo sucedía si había que jugar un escondite, al marro o a cualquier otro juego.

Los dos bandos

Entre los niños y jóvenes de esos años, a Campo pertenecían los hijos del secretario Don César Castelo, Chano, Rodolfo...; los hermanos Lázara, Lito, Sito, Toño; José Antonio de Chico; los hijos de Inés Alonso, Suso y Gonzalo; Milucho, del Sr. Emilio; los de Fondevila y Jamardo; Tomás, de Arturo Alonso; Tucho y Pepe de Campo; y otros más. A Cuartel pertenecían, por citar algunos, Luis, Perfecto, Manolito de Eliseo; Luis y Moncho Rozados; Sergio y Alfredo de Amancio; Lito, Edelmiro y Manolito Cuíña; los hijos de los guardias, Manolito del Cabo y Cholín del Capitán; Pepe de Erundina; los Barcala; los Aguirre; todos los de la feria, Chucho, Manulo, Andrés... De las Baratas, Daniel de Callobre, los hermanos Dobarro, etc.

Ser de Campo o ser de Cuartel, era algo más que un mero accidente urbanístico, era una pertenencia, una identidad, un compromiso para con los amigos, un signo distintivo del que se hacía gala. Se era de dónde se vivía, no de donde se nacía. Uno podía haber nacido en una casa en Campo, pero si de mayor se fue a vivir a otra de Cuartel, automáticamente se integraba en la última. Esta seña de identidad, convertida en rivalidad, salía a relucir, sobre todo, en los enfrentamientos de cualquier tipo, a lo largo del año o en las fiestas.

Estos juegos se celebraban casi siempre después de acabadas las clases de la tarde y se buscaba un lugar seguro, lejos de las miradas de los padres o de la gente mayor. Eran juegos de niños. Con frecuencia se elegían las Casas Baratas, que eran entonces el límite de la zona urbana, la Robleda de Campo o el campo de fútbol. En esos encuentros futbolísticos, bélicos, lúdicos o atléticos, estaba en juego, no la honra personal, sino la colectiva. Como no podía ser menos, en cada bando había unos líderes, que llevaban la voz cantante. Es de destacar que, una vez finalizados, la camaradería y el buen entendimiento, era la tónica general en la vida de diario. Rivales, sí; pero amigos.

En el pueblo, al margen de las pandillas de amigos, no existían bandas, ni grupos discriminatorios. Íbamos, los de la misma edad o similar, todos juntos al río, a jugar en la Sindical, a correr en bici y, sobre todo, había un lugar especial, que era la Robleda de Campo. En todas las localidades urbanas existe un lugar de reunión de la juventud. Puede ser una plaza, un parque, unos jardines públicos, que se convierten en un lugar de encuentro propio y exclusivo de los más jóvenes. En Silleda ese lugar era la Robleda de Campo (o Chousiño). Allí nos reuníamos para merendar, para jugar a las cartas, buscar nidos, trepar a los árboles o contarnos chistes e historias. Era éste el lugar elegido por los niños y los adolescentes de ambos sexos, sobre todo en las tardes de aquellos largos veranos. Esa robleda, hoy desaparecida, fue también testigo de nuestra evolución de niños a jóvenes y de jóvenes a mayores; testigo de los primeros y, a veces, inocentes escarceos amorosos, de las primeras citas, de algunas bravuconadas por parte de los chicos para llamar la atención de alguna chica, amén de ser el lugar de reunión preferido, lejos de la familia y de la gente del pueblo. ¡Quedamos en la robleda a las seis! Con esta frase o una similar estaba todo dicho.

O Chousiño

Aunque existía también la robleda de Tábora o la de la Feria Vieja, a donde acudíamos algunas veces, cuando se hablaba de robleda, todos sabíamos que era la de Campo. Nadie de Silleda, de aquellos años, ni de los anteriores, puede decir que nunca estuvo en la Carballeira do Chousiño. Era un lugar obligado. ¡Cuántos secretos, conversaciones inoportunas, travesuras juveniles, se llevarían a su tumba cuando fueron talados, aquellos añejos árboles! Seguramente que entre su espeso follaje, además de algún nido, habría una buena colección de anécdotas y aventuras juveniles.

Aquellos robles y castaños viejos, a cuya sombra jugábamos o nos sentábamos en aquel alfombrado césped, fueron los testigos mudos de muchas, de pequeñas y, a veces, de algunas secretas historias que marcarían en adelante la vida de muchos jóvenes de la villa. Allí era donde también se aprendía a liar un cigarrillo de Cuarterón, a fumar un Celtas corto o a hacer un tímido botellón, mientras se mantenían conversaciones de adultos y se aprendían de los mayores los secretos de la vida, que ni en la familia, ni en la escuela se podían escuchar. Allí también se perdía la inocencia y se aprendía de una manera prosaica y dura, que la visita de la cigüeña de París era un cuento. Y es que, en esos años de mediados del siglo XX, no había televisión, ni radiocasetes, ni ordenadores, ni teléfono móvil y menos internet. Teníamos, eso sí, comics del Cachorro, del Capitán Trueno, Roberto Alcázar y Pedrín o de Hazañas Bélicas, que nos hacían soñar con sus aventuras irreales y que compartíamos entre varios. Pero, no dejaban de ser cuentos.

Allí se forjaron grandes amistades, se hicieron proyectos de futuRo y surgieron nuevos amores; allí aprendimos a compartir retos e ilusiones y a sufrir también con algunos desengaños; allí disfrutábamos, recordando las películas del Cine Victoria y, allí, ante la escasez de información y ante la educación tan conservadora y tradicional, aprendimos de boca de los mayores, algunas de las "cosas prohibidas" de la vida... Allí, en aquellas calurosas tardes, además de juegos, la vida real, muchas veces de manera poco delicada, salía al encuentro de los más jóvenes. A decir de algunos, la robleda era una escuela de la vida.

En aquella desaparecida Carballeira do Chousiño nos reuníamos desde niños, los adolescentes y jóvenes de ambos sexos, creciendo, disfrutando de la amistad y pasando horas felices, sin tener en cuenta si éramos de Campo o de Cuartel.

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