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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La distancia

Así pues, ahora que está en primer plano el asunto de las reformas -y el aumento de los que creen que hay que "tocarlo" casi todo para que nada siga igual, a diferencia de lo que decía el señor de Lampedusa-, quizá sea buen momento para hablar de las que podrían convenir al Parlamento gallego. Y no porque funcione mal el principal instrumento de la democracia en este antiguo Reino sino porque podría funcionar mejor, acercándose más a los ciudadanos, como con acierto intenta, con interesantes iniciativas, su presidente actual don Miguel Santalices.

Ocurre que entre lo que hay que mejorar en esta Cámara no solo es la relación de proximidad fáctica entre la Institución y la gente del común, sino -desde el punto de vista de algunos observadores, entre ellos quien esto escribe- el Reglamento con el que funciona. Y es que el vigente, de algún modo, contribuye a la lejanía que se pretende reducir porque la tramitación de bastantes cuestiones es demasiado larga y hace que asuntos de actualidad la pierdan al debatirse bastante tiempo después de surgir. Y esa circunstancia reduce el interés de la opinión pública y contribuye a incrementar ese alejamiento.

Es cierto, desde luego, que existen instrumentos reglamentarios, como el trámite de urgencia o los plenos extraordinarios para reducir la demora. Pero no se trata solamente de aligerar el paso parlamentario en esas circunstancias, sino en otras más "comunes" -por definirlas de un modo llano-, pero cuyo abordaje rápido, y en su caso la toma de decisiones, daría viveza a la institución y contribuiría a las intenciones de su presidente, que no son otras que acercar lo más posible el hemiciclo a la calle. Que no son nada malas, ésa es la verdad.

Es posible que así, con métodos diversos, se terminase de una vez la tendencia de no pocas de sus señorías a emplear la bronca o los malos modos. O los insultos, que no son precisamente la mejor fórmula para acrecentar la atención de los ciudadanos ni el necesario prestigio de sus representantes; no pocos de los cuales -por cierto- parecen confundir la eficacia con el ruído: un grave error que no siempre se paga pronto, pero que a medio y largo plazo contribuye al desgaste de quienes lo cometen y el desapego de los que esperan remedios a sus problemas.

Vienen a cuento, las reflexiones, de que en los últimos plenos, y al menos desde fuera, parecen haberse retomado las costumbres de varias legislaturas no solo de debatir asuntos en los que la Cámara gallega tiene poca o ninguna competencia -lo cual parece una pérdida de tiempo-, y la funesta manía de la oposición no ya de negar la realidad, sino para tratar de ajustarla a sus puntos y así justificar sus improperios. Y de paso refuerza las ínfulas de la mayoría absoluta, que tiende a exagerar sus aciertos a partir de la obvia distorsión que de no pocos datos que debieran ser objetivos hacen sus adversarios. Y así va a ser muy difícil acortar la distancia que existe, aunque a veces no lo parezca, entre los representantes y los representados.

¿Eh?

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