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De vuelta y media

La Escuela de Agricultura de A Caeira

Creada por la Diputación en 1873, fue la primera de España en su genero, pero cerró pronto por razones presupuestarias

Las Escuelas-Granjas con una doble función agrícola y ganadera de carácter experimental, constituyeron a mediados del siglo XIX un proyecto de Estado, cuya implantación procuró el Ministerio de Fomento a las Diputaciones Provinciales tras la revolución de 1868.

La Diputación de Pontevedra resultó pionera en dicha práctica, porque en 1862 concedió dos becas para estudios en la Escuela Práctica Agrícola de Grignon, en Francia, y en 1873 inauguró su propia Escuela Práctica de Agricultura, primera de Galicia en su especialidad.

Las gestiones realizadas para encontrar un lugar adecuado cristalizaron el 1 de abril de 1873 con la firma de una escritura de arriendo a Francisco A. Riestra Vallaure de dos fincas en A Caeira y O Bao con todas sus edificaciones, por un período de tres años prorrogables. El fundador de la saga de los Riestra solo reservó para su uso exclusivo la casa principal con su jardín frontal y una alameda de plátanos que coronaba un precioso estanque.

El notario Valentín García Escudero dio fe de aquel contrato singular, puesto que no incluyó una retribución anual en dinero sino en especies: "la mitad de las diferentes producciones de los terrenos y ganados".

La Escuela Práctica de Agricultura de Pontevedra, también denominada Escuela-Granja de A Caeira, comenzó su andadura bajo un férreo control de la Comisión Provincial a través de una Junta Inspectora, que dejaba capitidisminuida la figura del director facultativo. Precisamente esa restricción de atribuciones que fijaba el reglamento de la institución terminó por precipitar la dimisión en 1877 de su primer responsable, Casimiro de la Viña y Aceval.

Catedrático de Física y Química en el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza, agrimensor y perito tasador, De la Viña desempeñó la dirección del nuevo centro durante cuatro años. El diputado Francisco J, Mugártegui y Parga -que luego accedió a la presidencia- resaltó su trabajo en acta por "defender los intereses de la provincia y abogar por los fueros de la Escuela-Granja".

El cultivo del agro, la plantación forestal y la crianza del ganado, absorbieron las ocupaciones de los alumnos internos de la Escuela-Granja de A Caeira durante sus quince años de existencia. Su proyección global, tanto científica como social, no dejó de crecer año tras año en toda Galicia.

Antes de concluir el arriendo, la Diputación abordó su prórroga con algún recorte de sus derechos económicos, que Riestra Vallaure rechazó de plano.

Entonces la Corporación Provincial debatió la conveniencia de arrendar o incluso comprar otra finca. Algunos diputados cuestionaron la calidad de los terrenos de A Caeira para ciertos ensayos agrícolas y consideraron inadecuado el edificio del internado, amén de su caro sostenimiento. Sin embargo, todas esas propuestas resultaron derrotadas, incluida la opción de adquirir una parte de la finca de Montero Ríos en Lourizán. Al final, prevaleció la renovación del arriendo por 13 votos a favor y 4 en contra.

Afortunadamente para su continuidad por el buen camino iniciado, la Diputación encontró pronto un excelente sustituto de Casimiro de la Viña en la persona de Severiano González Regueral. Profesional reconocido como director de la Escuela Normal Superior y catedrático de Agronomía, también gozó de prestigio social por desempeñar la presidencia del Liceo Casino.

Severiano González fue el jefe superior que desempeñó tal función durante más tiempo -durante casi seis años- e incluso vio ampliadas sus atribuciones y competencias, al fin aceptadas en 1882 por una reforma del reglamento que la Corporación Provincial terminó por asumir de buen grado. A partir de entonces, el director facultativo no solo pudo asistir a las reuniones antes vedadas de la Junta Inspectora, sino que contó también con voz y voto.

Durante aquel tiempo, González Regueral se mostró un consumado especialista en la temida filoxera, que tanto daño causaba a las vides. Igualmente escribió una curiosa memoria donde defendió la conveniencia de propagar en esta provincia el cultivo del avellano.

La modificación del reglamento también mejoró sensiblemente el estatus de los alumnos, puesto que pasaron a obtener un título acreditativo de los conocimientos adquiridos durante los cuatro años de estancia en dicho centro y superar un examen final teórico-práctico. La Diputación añadió un premio de 250 pesetas para quienes acreditaran luego dos años de trabajo en faenas agrícolas de esta provincia tras abandonar la Escuela-Granja.

Menor huella que sus antecesores dejaron los otros dos directores, Francisco Alcarraz García y Francisco Garcerán Sánchez-Solís, ambos catedráticos de Historia Natural, quienes ejercieron en sus tres años postreros.

Un momento muy delicado de la economía del país precipitó la desaparición del centro, pese a gran prestigio. El Gobierno recomendó un recorte del gasto en las haciendas provinciales y la comisión encargada de elaborar el presupuesto de la Diputación para 1886, mayoritariamente compuesta por miembros del Partido Conservador, puso sobre la mesa la supresión de sus escuelas de Agricultura y de Artes y Oficios.

La tajante eliminación de ambos centros junto a otras partidas diversas, supuso un recorte de 78.234 pesetas, cantidad muy importante que convenció sin demasiadas explicaciones a muchos diputados, aunque no a todos.

José Boente Sequeiros, Eugenio Fraga Padín y Valentín García Temes, realizaron un voto particular al dictamen presentado al pleno corporativo por la Comisión de Presupuestos. El coste de la escuela se estimaba entonces en 17.250 pesetas anuales, que ellos rebajaban a 14.000 pesetas por la venta de sus productos hortícolas. Pero sus argumentaciones no convencieron a sus compañeros, que votaron la supresión de ambos centros por amplia mayoría.

Medio siglo más tarde, la Misión Biológica de Salcedo y el Centro Forestal de Lourizán, se erigieron en herederos directos de aquella Escuela Práctica de Agricultura de Pontevedra (1873-86), sobre cuya trayectoria realizó un meritorio ensayo Antonio Meijide Pardo.

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