Pocos recursos como el talento son tan poco valorados y en cambio muy necesario para que cualquier organización humana y entre ellas las empresas funcionen adecuadamente. Tradicionalmente la capacidad de aprender y por tanto de adquirir conocimiento ha sido muy bien considerada por la sociedad, no obstante, de nada servía si no tenías interés para emplear el conocimiento adquirido en la ejecución de cosas, intelectuales y/o materiales que sirvieran de forma efectiva. Las organizaciones muy exigentes en su lucha por su supervivencia y desarrollo han venido requiriendo que además del conocimiento y de la capacidad para aplicarlo, debe ser complementada con otros elementos determinantes para una adecuada configuración del talento como es la habilidad de los individuos para relacionarse con los demás, así como la incorporación de la actitud como determinante para proyectarla.

Todo esto lo comento por que se está produciendo un hecho dramático y es la progresiva descapitalización del talento, por la aparición de nuevas dinámicas que dejan perplejos al más conspicuo de los responsables sociales y políticos. Es muy común en estos tiempos ver que las nuevas generaciones más y mejor preparadas, por razones tan prosaicas como sacar adelante sus vidas, buscan salidas profesionales en cualquier país ya no solo de nuestro entorno, sino en muchas ocasiones en lugares tan lejanos que a la larga se transforma en una imposibilidad material de regreso a los orígenes.

Las empresas más avanzadas se preocupan mucho por lo que denominan la retención del talento. Una vez que captan personas para sus puestos de trabajo tratan de crear carreras internas para la mejora de los hábitos y también de la productividad, implantando metodologías cuyo fin está en que los mejores no se vayan de sus organizaciones.

Dado que el impacto social es muy relevante, considero que deberían llevarse a cabo políticas activas de identificación de talentos de nuestra gente para procurar mantenerlos vinculados a sus orígenes porque, aunque de sea por un fin egoísta, deberíamos desear el retorno de esas apreciadas personas que permitiera contribuir con su participación directa en la economía del país y en su desarrollo. Ya fueron tiempos donde los emigrantes eran aquellos trabajadores poco cualificados que buscaban una oportunidad para mejorar, ahora nuestros emigrantes llevan consigo, en muchos casos, una altísima formación profesional, quizás menos experiencia laboral de la que desearían, pero una fortísima actitud positiva de lograr lo imposible.