Mis lectores habituales saben del amor que profeso a mis libros, sobre los que en esta página dominical les he escrito de forma repetida. En unas ocasiones sobre los libros en general, en otras sobre publicaciones concretas. Aquellos a los que he enseñado como pediatra y todos cuantos me han escuchado, por distintos motivos y en diferentes circunstancias, me han oído remachar, una y otra vez, que todo está en los libros. No les quepa duda. La Wikipedia, los blogs y otros recursos de internet complementan a los libros, pero no los excluyen, dado que la información online no siempre es rigurosa y fiable y, de modo aislado, resultaría incompleta. En Discretas divagaciones sobre los libros ( Faro de Vigo, 29.12.2013) sostenía: "Los libros han sido escritos por los hombres para ser leídos. Para el escritor lo más importante es, primero, crear el libro y, después, tener el convencimiento de que va a ser leído. Muchos autores han confesado que no hay para ellos nada más esencial que la creación del libro y por eso, cuando ya tienen provecta edad, rentas suficientes y han logrado la gloria literaria, continúan escribiendo con todo afán y dedicación, hasta el punto de sentir remordimientos cuando no lo hacen. Aunque parezca mentira, la posterior edición de su obra, su posible traducción y el dinero que les reporte, les satisface, y saben que resulta imprescindible para ser leído y poder vivir-lo que constituye el objetivo, reconocido o no, del escribidor-, pero ocupa un segundo lugar. Este segundo anhelo exige la distribución y la venta del libro que, a su vez, impone la presentación y difusión de la obra [?]. Los libros, una vez terminados y editados, han de ser encuadernados para preservarlos y enaltecerlos como merecen. A continuación, viene su lectura, porque los libros sin lectores pierden su razón de ser, se quedan en los anaqueles de las bibliotecas alejados de los humanos como si tuviesen incolumidad intrínseca [?]. Bastantes de los dueños de los libros, muchos más de los deseables, no los han leído nunca; otros sí lo han hecho, pero no se han enterado de lo mucho que se ha escrito después, y con lo que, sin desaprovechar su inestimable contenido, se hubiesen puesto al día. Y es que, lamentablemente, algunos propietarios de bibliotecas se comportan como vegetales, mientras esperan que se termine su ciclo vital. Al menos, cierto es que conservan el tesoro de sus libros, heredados o adquiridos, entre los que incluso es posible se esconda algún manuscrito, un original de los poquísimos que van quedando -salvo los guardados en los archivos-".

He ido incluso más allá y le he dado la palabra a mis libros (léase La vida de los libros. Faro de Vigo, 31.12.2016): "El autor nos ha dado voz a los libros de su biblioteca y alguno de nosotros hemos tomado la palabra. En conjunto estamos contentos desde que aquí nos alojamos. No sufrimos ni exceso de frío ni calor y el grado de humedad es aceptable. Cuando el sol penetra por los ventanales baja unos toldos para evitar que los colores y las letras de nuestros lomos se degraden y terminen por desaparecer. Tampoco nuestro dueño permite las corrientes de aire que son las otras grandes destructoras del color. Y no son los únicos elementos adversos de los que nos protege. Lo hace contra otros temibles enemigos como el polvo, la polilla y otras plagas, sin olvidar las malas mañas de algunos encuadernadores que más que barbearnos nos mutilan con la guillotina".

Hace pocas semanas tomé conocimiento de la obra Donde se guardan los libros. Bibliotecas de Escritores (Ed. Siruela, 2016), gracias a la acertada selección y generosidad de mi querido amigo Luis Calahorra. El libro, escrito por el periodista Jesús Marchamalo, es una recopilación de una serie de artículos publicados en el suplemento cultural el periódico ABC, titulada "Bibliotecas de autor", destinada a describir el recorrido por las bibliotecas privadas de algunos de los autores contemporáneos. En cada uno de sus capítulos nos habla de los libros que contienen y su propia intrahistoria, de dónde y cómo se alojan, y de las fotografías, cuadros y múltiples objetos y detalles que hay en sus estantes y rincones. En el prólogo, el autor escribió: "Cada biblioteca se rige por una serie de códigos, unos usos ni siquiera conscientes, caprichosos la mayor parte de las veces, que acaban señalando al lector, y que hablan de sus afanes y rarezas. Decía Marguerite Yourcenar que una de las mejores maneras de conocer a alguien es ver sus libros. Y creo que es verdad. En el caso de los escritores se añade además la sospecha fundada de que sus bibliotecas esconden una parte del mapa del tesoro. De su manera de plantearse y entender la literatura". Cuando visitamos una biblioteca y curioseamos su contenido, nos hacemos una idea de las preferencias del dueño y hasta de sus manías, de su universo y, es más, incluso configuramos una parte de su biografía. En palabras del librero-anticuario uruguayo Marcelo Marchese: "Podés armar las vidas de las personas en función de sus bibliotecas".

La biblioteca del que les escribe, crece indefinidamente para dar siempre cabida a nuevos libros, sin que casi ninguno se vaya. La consecuencia es que está repleta y abarrotada de libros, acomodados de distintas maneras, orientaciones y en múltiples capas, tanto en los anaqueles como formando pilastras en el suelo. Unos están ordenados y otros menos, pero les aseguro que sé donde se alojan todos y cada uno de los volúmenes. Entre todos ellos figuran libros con dedicatorias autógrafas, cuyo interés o, al menos, curiosidad es indudable, y que confieso siempre me fascinaron. A alguno de ellos ya me he referido en estos sueltos, Hoy lo haré sobre otros y no será la última vez. En el libro Lo que dijo en TVE Cela, 1989, el autor afirmaba que, cuando se muere el propietario de la biblioteca: "La viuda, una hija, un hijo o un nieto, de repente dice: `Esto es un nido de polvo, fuera´, `Esto, a ver cuánto dan´, y se lo llevan". Y los libros y los documentos del fenecido comienzan a aparecer en las ofertas y en los catálogos de las librerías de viejo; entre ellos, ejemplares dedicados a ilustres próceres, familiares o amigos; tampoco faltan anotaciones de intelectuales o escritores que eran sus poseedores hasta hace dos días. La tristeza es que en la mayorías de las ocasiones son familias que no tienen problemas económicos, que faltos de sensibilidad no saben de lo que se desprenden y venden los libros "a peso". En ocasiones, las dedicatorias autógrafas son tan próximas en el tiempo y tienen tal carácter afectivo y personal, que nos da la impresión de violar la intimidad del fallecido.

Rafael Narbona

Rafael Narbona (Córdoba, 1911 - Madrid 1972), fue un escritor y periodista español, muy activo, prolífico, agudo, independiente y reconocido en su época, a la que reflejó con autenticidad. Inició su actividad literaria en la niñez, fue secretario de Armando Palacio Valdés, trabajó en Radio España, ABC, Pueblo y otro,s y fue un autor polifacético que cultivó todos los campos literarios.

En 1998, en la Librería Siglo XX, de Madrid, adquirí un ejemplar de la primera edición de tres de sus obras - Ausencia sin retorno (Ed. A.Z., 1953), Los pícaros (Ed. Quevedo, 1968) y Carta al hijo (Ed. Quevedo, 1970- y una biografía y antología del propio Narbona, redactada por el escritor, ensayista y crítico literario por Lorenzo Pérez Aguado (Salamanca, 1942) - Perfil humano de Rafael Narbona (Ed. Quevedo, 1969-. Las cuatro obras habían pertenecido a la misma mujer, Blanca Flores, a la que el autor estampa especiales y expresivas dedicatorias autógrafas. En las que se refiere a Blanca como una "de esas personas que se encuentran en la vida una sola vez" y con la que siente "emoción por el reencuentro", a la vez que expresa "admiración", "cariño" y "algo que está por encima de las pequeñas cosas humanas". Narbona se casó en 1939 con María Isabel López de Calle y Álvarez; si bien, en su esquela en ABC figura como esposa, María Rosa Monteagudo Picornel, con la que deduzco se casó en segundas nupcias. En su biografía figuran varios amores de juventud, sin que se cite su nombre, alguno no exento de patetismo, que el mismo autor relata en su novela Una luz en la sombra (Ed. Carlos Jaime, 1945). ¿Sería Blanca Flores uno de esos idilios tempranos?

Elena Quiroga

Elena Quiroga (Santander, 1921 - A Coruña, 1995), aunque nacida en Cantabria, se crio en Villoria (O Barco de Valdeorras, Ourense), cuna de su padre, Conde de San Martín de Quiroga, donde transcurrió su infancia y su adolescencia. Es autora de una extensa obra narrativa en prosa. De sus obras, siete se las dedicó a Galicia y tan solo dos a Santander. Fue la segunda mujer en ingresar como miembro de la Real Academia Española (1984).

En 2007 tuve la oportunidad de comprar, en la librería anticuaria Sanz, de Madrid, un ejemplar de la primera edición de cuatro de sus libros: La Careta (Ed. Noguer, 1955), Plácida, la joven y otras narraciones (Ed. Prensa Española, 1956), La última corrida (Ed. Noguer, 1958) y Escribo tu nombre (Ed. Noguer, 1965). Los cuatro volúmenes ostentan dedicatorias autógrafas de Elena Quiroga al escritor y periodista gallego Francisco Leal Insua (Viveiro, 1910 - Madrid, 1997) y a su mujer la eximia pintora Julia Minguillón Iglesias (Lugo, 1906 - Madrid, 1965). Leal Insua, tuvo intensa actividad e importantes responsabilidades en la prensa española, entre otras, fue director de Faro de Vigo, designación que les llevó a vivir a Vigo. Él, en unión de Manuel Cerezales y Álvaro Cunqueiro, contribuyeron al impulso cultural y literario de Vigo desde la dirección de este diario. Quiroga en la contraportada de La Careta escribe textualmente. "Para Julia Minguillón de Leal: que tanto sabe de inquietudes artísticas, de plástica belleza, de melancolía en la forma. Para Francisco Leal Insua, maestro en sensibilidad, intuición poética, amplio aliento. Os dedico este libro mío que, a veces, viene a ser una nostalgia viva y desesperada de la mar de Vigo, de la vida y el aire de Vigo. Este libro que rompe con viejas fórmulas de novelas y se atreve a cantar en metro nuevo la mar que ya cantara Martín Códax. Sirva este envío como renovada expresión de admiración y amistad. Elena, 8-1-56".

Volveremos sobre el tema, hoy el espacio no da más de sí.