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José María de Loma.

Seres y enseres

Leo: "Comienza una campaña contra el abandono de enseres en la vía pública". Aparto un poco la vista del periódico y veo a un ser abandonado. No entrará en la campaña, me digo. Por dos letras. No es un enser, es un ser. El ser presenta señales de haber sido derrotado por la vida, si es que estar vivo puede considerarse una derrota. Pasa de los cincuenta y está sentado sobre una esterilla. Pide. Con la mano extendida. A la antigua usanza, como se ha pedido toda la vida. A su lado hay otro ser. Este es de cuatro patas. Está flaco. Mueve alegremente el rabo y mira a los viandantes con cara de simpaticón. Me producen ternura. No veo enseres en la calle.

Cerca de mi portal sí hay. Al lado del contenedor, cuando voy a tirar la basura, veo a veces una mesita de noche, otras veces un aparador, en ocasiones un armario, no falta la vez que es una butaca lo que han dejado. Un domingo había una cama. Sin colchón ni somier, pero cama al fin y la cabo. Me dio por pensar lo lógico en estos casos: cuánta gente habría fornicado en ella. Fue llegarme el olor del contenedor y pasar a pensar que cuánta gente habría muerto en esa cama.

Una tarde tiré una estantería sin percatarme o acordarme de que una vez había dejado en ella algo de mi conciencia. Desde entonces me falta algo de conciencia, o sea, de remordimientos para según qué cosas. Procuro no hacerlas, no obstante. La gente tira mucho. O esa sería la conclusión fácil. A lo mejor es que a mi vecino le va sobrando su vida, sus amores, su familia; le va sobrando el dormir y la necesidad de mesitas de noche y de objetos. Y entonces lo tira todo, lo larga, se desembaraza de las cosas que han ido poblando su existencia. Me lo imagino solo, en la casa muda y vacía, sin muebles. Oyendo su propio eco si es que no ha tirado también a su parentela y no tiene a nadie que le oiga. Tal vez todo sea más prosaico y es que haya una empresa de mudanzas cerca.

Tales pensamientos que describo a lo mejor han durado mucho tiempo, dado que cuando vuelvo a la realidad, al periódico, al café y a la brisa, el perro y el hombre ya no están. Ni la esterilla. Son seres transeuntes a los que tal vez les ha llegado la fetidez de mis pensamientos de hombre cafetero lector sentado en mesa que necesita sillas y camarero para pasar la mañana. Y eso que no me ha visto hace un rato: metido en la cama. Llamo al teléfono de la campaña sobre enseres. Querría decirles que incluyeran seres, que la soledad en el mundo es mucha, querría recitarles un poema o si acaso decirles que yo mismo me entrego, que a qué hora es la recogida. Una voz calmada y cuyo eco incita al oyente a entrar en sosiego me informa, cuando más me estoy relajando, de que me he equivocado de número y he llamado al Servicio de Atención a Personas sin Dobleces. Cuelgo.

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