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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

Lo que había que hacer

Convencer al mundo de la necesidad del ataque militar contra Siria

It was the right thing to do: "Era lo que había que hacer". Escuchamos el otro día de labios de la primera ministra británica esa frase con la que se trataba de justificar el ataque militar contra Siria.

Un ataque llevado a cabo por Gran Bretaña, EE UU y Francia en nombre de la comunidad internacional, pero sin autorización de la misma, es decir de las Naciones Unidas. Solo porque "era lo que había que hacer".

Frase que ya habíamos oído en su día a otro líder británico, el ex primer ministro laborista Tony Blair, con ocasión de otras dos guerras ilegales en que participó su país: el bombardeo de la Yugoslavia de Slobodan Milosevic y la invasión del Irak de Saddam Husein.

En el caso de Irak, Blair al menos consultó al Parlamento, al que, sin embargo, engañó sobre la existencia de armas de destrucción masiva en un país de cuyo cada vez más incómodo dictador Occidente intentaba entonces deshacerse.

Fue un precedente que la actual primera ministra no se ha molestado siquiera en seguir. No hacía falta. Su Gobierno tenía pruebas de que el ataque químico en Duma había sido ordenado por el dictador sirio, y no había que esperar a ninguna comprobación internacional.

Bastaba, para convencer al mundo, su palabra, la del presidente francés, Emmanuel Macron, y la del estadounidense Donald Trump, tres autoproclamados justicieros universales.

La mañana del ataque pude seguir por televisión la rueda de prensa de la líder británica y me sorprendieron, aunque en realidad ya a estas alturas ya no debería sorprenderle a uno nada, la docilidad de la mayor parte de los periodistas en sus preguntas a Theresa May.

Únicamente una periodista alemana, cuyo país no ha querido sumarse tampoco esta vez a un ataque al margen de Naciones Unidas, hizo la pregunta que había que hacer: ¿por qué los países atacantes no habían esperado el informe de los inspectores de armas químicas antes de atacar a Siria?

Los más "incisivos" de sus colegas británicos se limitaron a preguntas como la de por qué no se había consultado esta vez al Parlamento antes de lanzar el ataque como hizo en su día Tony Blair.

Otros quisieron saber por qué no se había atacado antes a Siria o si Londres volvería a hacerlo en caso de que el dictador decidiera echar mano de nuevo de su armamento químico.

No parecía, sin embargo, importar por qué los gobiernos de los países atacantes se habían arrogado el derecho de actuar como jueces y ejecutores de la justicia universal sin esperar a tener pruebas inequívocas de la culpabilidad del régimen de Assad y no de alguno de los grupos islamistas que le combaten.

Escuchar a la primera ministra británica apelar al apoyo de la comunidad internacional y atribuir la operación a razones "humanitarias" cuando en más de siete años la guerra siria ha dejado cientos de miles de muertos es someter a dura prueba nuestra credulidad.

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