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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

Se equivocó Putin

Parece que se equivocó el exespía y hoy presidente ruso, Vladimir Putin, al apostar por Donald Trump en la creencia de que sería menos halcón que su rival demócrata, Hillary Clinton. Un personaje errático e inmaduro, capaz de anunciar un día la próxima retirada de sus tropas de la guerra Siria y amenazar solo días más tarde a Moscú con un tuit propio de un infantiloide fanfarrón.

"Prepárate Rusia porque lo que vendrán serán misiles nuevos, bonitos e inteligentes", tuiteó irresponsablemente Trump para asombro no solo de las cancillerías europeas sino también de su propio entorno. Tal vez creyó Putin en un primer momento, al apoyar a Trump frente a Clinton, que con la información comprometedora de que al parecer disponía, podría chantajear fácilmente al republicano llegado el caso.

Pero ha sucedido justo lo contrario: cercado por las sospechas del Congreso y los medios sobre supuestos tratos de su gente con los rusos, Trump se ha visto obligado a marcar distancias con el Kremlin. Y ¿qué mejor manera de hacerlo y distraer al mismo tiempo de sus propios problemas "internos", de sus abusos de poder y sus continuas mentiras, que amenazar con una operación militar contra el poco apetitoso dictador sirio, Bashar al Assad?

El terreno se ha preparado bien, con los medios de EE UU y los resto del mundo atribuyendo directamente a Assad el ataque con armas químicas contra Duma, la población rebelde a las afueras de la capital siria. Y todo ello sin molestarse los medios de referencia en hacer la mínima comprobación, sin permitirse el más elemental escepticismo, ni recordar eso que debería saber cualquier periodista de que "la verdad es la primera víctima de la guerra". Primero fue el extraño envenenamiento del ex doble espía ruso Serguéi Skripal y de su hija en Inglaterra con gas nervioso, intento de asesinato cuya autoría el Gobierno de Theresa May no dudó en atribuir inmediatamente a la mano larga de Moscú.

Luego sucedió el ataque con armas químicas en Siria, del que también, sin esperar a hacer la mínima comprobación, gobiernos y medios occidentales responsabilizaron al dictador sirio, ese "animal", como le llama Trump. Y ahora tenemos al mundo conteniendo el aliento, preparado para una respuesta militar contundente a la que llaman además de EE UU, Francia y Gran Bretaña.

Desde que se anexionó ilegalmente Crimea y decidió salir en apoyo de su aliado, el dictador sirio, todas son sospechas en torno al amo del Kremlin y sus motivos. Nadie parece, sin embargo, fijarse en que Putin no hace ahora sino lo que antes hicieron también antes y con total impunidad EE UU y sus incondicionales.

¿O hemos olvidado ya que Occidente intervino militarmente en Serbia, en Afganistán, Irak y Libia además de apoyar masivamente en el avispero sirio a grupos islamistas opuestos a Assad y sin pensar muy bien en las posibles consecuencias?

¿Nada hay que decir tampoco del hecho de que Francia, antigua potencia colonial, haya llevado a cabo una treintena de intervenciones militares en sus antiguas colonias africanas, muchas veces sin el mandato de las Naciones Unidas?

Oriente Medio -no está de más repetirlo- es un polvorín que puede estallar en cualquier momento y provocar una guerra de magnitud y consecuencias imprevisibles: hay allí demasiadas potencias implicadas, demasiados intereses estratégicos en juego. Y, sobrevolándolo todo, está el odio a muerte entre la República Islámica de Irán, de religión chií y aliada de Rusia, por un lado, y la feudal Arabia Saudí y un Israel cada vez más crecido y beligerante, por otro.

El nuevo Consejero de Seguridad Nacional de EE UU, John Bolton, halcón entre los halcones, acaba de expresarlo con claridad meridiana: Assad es un personaje solo secundario en el panorama estratégico de Oriente Medio. Para Washington, y también para el Gobierno ultraderechista de Benjamin Netanyahu, el desafío consiste, en palabras del propio Bolton, en "deshacerse de los ayatolas en Teherán".

No escarmentado por la experiencia iraquí de cambio de régimen, EE UU parece tentado ahora a repetirla en Irán con la inestimable ayuda, si es preciso, del Estado judío. Pero Irán no es Irak. Confiemos en que alguien frene esa locura.

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