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Francisco García.

Billete de vuelta

Francisco García

Ni berlineses ni bávaros...

Ich bin ein Berliner. "Soy berlinés", proclamó el 26 de junio de 1963, cinco meses antes de su asesinato, el entonces presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, desde el balcón del edificio del Rathaus Schöneberg de Berlín Occidental, con motivo del decimoquinto aniversario del bloqueo de la ciudad impuesto por la Unión Soviética con el levantamiento de un ominoso muro.

Hoy, más de medio siglo después, muchos españoles no se sienten ni berlineses ni de la Berlinale, ni bávaros cerveceros, ni afines al Bayern München, ni mineros del Ruhr, ni mucho menos simpatizantes del viejo ducado de Schleswig-Holstein, un sitio entre dos mares, medio danés, medio teutón, donde un juez ha dejado en libertad a Puigdemont, al que no considera responsable de un delito de rebelión, como pretendía la justicia española. El magistrado alemán ha levantado una tapia, tal vez sin pretenderlo, pero robustamente enladrillada: un muro de vergüenza.

Hoy, por tanto, muchos españoles son menos alemanes que ayer, en atención a una lógica aplastante: ¿cómo puede la Audiencia territorial de un "land" de un Estado miembro de la Unión Europea echar por tierra una euroorden de detención y entrega emitida por el Tribunal Supremo de otro? ¿Pueden estancias judiciales inferiores corregir a otras superiores? Salvo que el juez de Schleswig-Holstein considere al Estado español una monarquía bananera y a su ordenamiento jurídico un remedo de la ley del embudo, tal vez convendría que el Tribunal de Justicia de la UE, tan quisquilloso para otros asuntos de menor enjundia, se pronunciase.

Puede que el magistrado alemán haya querido dictar desde su magisterio una clase de derecho. Que entienda él también el derecho de muchos españoles al pataleo.

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