El nuevo programa de entrevistas presentado por David Letterman en Netflix, que tuvo como padrino a Barack Obama, me ha hecho pensar en Howard Stern, quien será uno de los próximos invitados. Cuando Jay Leno y David Letterman competían por la audiencia de la noche durante las célebres Late-Night Wars -relatadas por el periodista Bill Carter en un libro jugoso-, el locutor tomó partido, subrayando el carácter innovador de Letterman ("él fue original y lo admiro mucho; empezó haciendo otro tipo de bromas, tirando cosas a la cámara, luego los demás lo imitaron") y burlándose del "incomprensible" éxito de Leno ("no es más que un robot, no entiendo cómo puede vencer a David en los ratings, no le llega ni a la altura de los zapatos"). Stern, uno de los mejores entrevistadores de la historia (algunas de sus entrevistas, como la que le hizo a Bill Murray o a Jerry Seinfeld, son obras maestras de la típica conversación frívola que deriva en lo trascendental), nunca fue el invitado más cómodo para un late-night convencional, donde se procura llegar a un público amplio reuniendo a las familias de la Mainstream America y tratando de robar espectadores a la competencia.

La irreverencia del autoproclamado "Rey de los medios" causaba siempre furor. Llegaba al plató con una actitud naturalmente transgresora, exhibiendo una confianza casi insultante, y decía cosas que no se podían decir, que se suponía que no iba a decir. Cosas parecidas a las que decía todos los días en su programa de radio, pero que a esas horas de la noche no solían escucharse en la televisión nacional, en los grandes networks. Hablaba de sexo, de la vida privada del presentador, de los escándalos de otros invitados. Howard era incapaz de autocensurarse, no podía dejar de ofender. Pero David le perdonaba como a un hijo que posee un talento destructivo y un día llega borracho a casa; se reía incómodamente con una mezcla de enfado y decepción, anhelando el fin de la entrevista, y escuchaba resignado los disparates que salían de manera improvisada por la boca de Howard.

Letterman transformó la carrera de Stern cuando lo invitó por primera vez a su programa en 1984. El locutor reconoce que aquello "significó mucho" para él, pues la aparición en la NBC lo colocó en el mapa. Howard tenía mucho éxito y estaba revolucionando el universo radiofónico gracias a la impudicia. Hasta ese momento nadie había convertido la radio en un lugar sin restricciones. Era el salvaje oeste de lo políticamente incorrecto. Nada estaba prohibido. Las actrices porno se masturbaban en directo, los colaboradores, incluido el propio Howard, confesaban sus miserias más perturbadoras y el lenguaje que se utilizaba en cada emisión ofendía a tropecientos colectivos. Los oyentes adoraban a ese personaje asilvestrado; las autoridades y los directivos de la emisora se escandalizaban por las groserías que se soltaban en el estudio. Pero Howard Stern solo era conocido en Nueva York. David Letterman, en cambio, era ya una figura televisiva emergente: el que iba encaminado a ser el sucesor de la leyenda, Johnny Carson, escogido por el propio Johnny Carson. Sin embargo, Jay Leno acabaría siendo la "mejor opción" para la cadena y David acabaría trabajando para la CBS, donde muchos lo disfrutamos. Estos hechos forjaron una rivalidad histórica entre los dos presentadores, caracterizada por un resentimiento duradero, que ya forma parte de la cultura popular estadounidense.

Con el tiempo David Letterman y Jay Leno comenzaron a hablar por teléfono. Las heridas se cierran, los ciclos se completan, las épocas se agotan. Llega el relevo generacional. Y la tensión de anteayer es hoy un episodio lejano que parece haberle sucedido a otro. Enemistades artificiales creadas por la industria. Howard no aceptó la reconciliación y se lo dijo a Letterman en uno de sus últimos programas antes de que este se retirara. Decía que se sentía como un soldado que sigue combatiendo en la jungla mientras su general firma un armisticio con el enemigo. David intentaba explicarle por qué lo había hecho, pero Howard ya había empezado el espectáculo y estaba poniéndolo incómodo de nuevo; se levantaba de la silla, imitando con malicia la voz de Leno, y recordaba cómo a Letterman le habían arrebatado su sueño, el de heredar el programa de Johnny Carson. "Yo todavía estoy en la jungla, David". Letterman no podía más que darse por vencido. Lo quieres así o no lo quieres. O lo quieres precisamente porque es así.