Las lluvias del equinoccio de primavera deben de estar ahogando a unos cuantos grillos pero de momento, y que se sepa, ninguno de ellos ha presentado queja. No son como las gallinas de la greguería de Ramón Gómez de la Serna que llegaron a hartarse de acudir a las comisarías para denunciar que les robaban los huevos.

La llegada de la primavera que, según el filólogo Spitzer, es un concepto esencialmente poético, ha vuelto a reavivar los fuegos y los granos, la pasión y la biología. Pese al agua que cae. Algunos parecen asombrados de que llueva por estas fechas. "Abril, aguas mil" es un refrán que nadie comparte en marzo, mucho menos las procesiones que no han podido salir y se han celebrado bajo el palio de la piedra, ahogadas en el atronador fervor de la trompetería.

Podemos ha anunciado una primavera de movilizaciones contra Rajoy. Los comités de defensa de la república de Cataluña -la republiqueta nonata de Puigdemont- se desorganizan en torno a Torrent, el presidente de un parlamento más sectario de la historia del parlamentarismo. También probablemente y por el sentido trágico de su expresión el que mejor se adapta al modelo facial de aquel clasificador de criminales llamado Cesare Lombroso.

Por no dejar de lado la criminología, la primavera adquiere rasgos amenazadores en lo que atañe a los fuegos y los granos. La ventaja de la estación es que, en un país de tanta inseguridad meteorológica como este, apenas existe. Y cuando da señales de hacerlo ya es tarde, porque con la fugacidad que la caracteriza desaparece demasiado pronto. Hay que confiar en los vientos.