Los Presupuestos Generales del estado (PGE) son una herramienta fundamental para la política económica y para el funcionamiento de la economía pública en un país. En una situación de mayoría absoluta, el gobierno lo tiene fácil. Los PGE pueden ser los que se prometían en el programa electoral. Cuando existe una coalición, inevitablemente los PGE son mestizos: los programas de todos los partidos de gobierno se reflejan en ellos en grado proporcional a su peso relativo en el ejecutivo. Finalmente, cuando el gobierno está en minoría, la aritmética parlamentaria obliga al gobierno a hacer concesiones a cambio de apoyos. Algunos lo llaman despectivamente mercadeo. A mí, en cambio, me parece que es lo razonable cuando no existen mayorías claras; toca negociar y acordar, elaborar un mosaico entre varios, incluyendo partidos ideológicamente muy dispares.

No obstante, ese mosaico puede tener más o menos sentido global. Si los pactos determinantes son con partidos nacionalistas y regionalistas a los que solo les interesa lo suyo, se siembra la semilla del agravio comparativo que tan fácilmente cala en el imaginario público español. Eso no sucede si son otros grandes partidos estatales los que pactan. Si actúan con pragmatismo y con sentido de Estado, los partidos en la oposición participan en la negociación exigiendo a cambio del apoyo partidas y propuestas que no están en la cabeza del Gobierno. Lo hizo, de forma muy efectiva, el Partido Socialista comandado por Javier Fernández, consiguiendo varios objetivos con efecto real sobre los ciudadanos. Y ahora lo está haciendo Albert Rivera, mientras el actual Partido Socialista parece que sigue esperando a Godot.

*Director de GEN (Universidad de Vigo)