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José María de Loma.

El viento que nos lleva

Cuando no sopla, incluso la veleta tiene carácter

Mucho viento estas jornadas. Vete a tomar viento, le decía un conocido filatélico el otro día a un señor de Móstoles en el puesto de champiñones de un céntrico mercado. A mi juicio fue una redundancia, seguro que el señor ya se había hartado de viento.

Mucho viento en el Norte, el Sur, el Levante, la meseta e islas, viento indefinible por ser una mezcla soplada que incluye gelidez, sequedad, agüilla nieve y agüilla a secas, si es que el agua puede estar seca. El viento molesta y con esto no descubre uno nada, dado que ya nos advirtió Josep Pla sobre los efectos de la tramontana, por ejemplo. Los escritores han sido muy de vientos. Los hay que no saben crear un personaje y hablan del viento. A otros les da el viento y crean un personaje. No es descartable que no pocas novelas hayan sido escritas bajo la influencia del siroco, viento con mala fama que altera voluntades, agria el carácter, incita al crimen e inclusive al no desayunar, con lo cual el afectado sale aventado y en ayunas, dos condiciones que hacen de cualquier ser humano una criatura propensa a los desmanes, la cicatería, la falta de cortesía cuando no la inclinación a la guerra.

"La cometa se eleva más alto en contra del viento, no a su favor", dijo Churchill, hombre que siempre tenía a mano una frase. Lo mismo para definir una guerra que una brisa. A Churchill hay que citarlo mucho, aunque no seamos favorables a su viento ideológico, si bien el mismo Churchill tampoco tuvo siempre claro si era conservador, liberal, nacionalista o simplemente churchiliano. Soplaban malos vientos, dicen los historiadores como preámbulo a la descripción de un conflicto. Cuando no sopla el viento, incluso la veleta tiene carácter. La otra noche sopló el ponientazo con ráfagas de hasta 70 kilómetros por hora, menos mal que fue a una hora en la que uno o está en un bar o está en la cama. Ambos son sitios de buena climatología y ausencia de viento, salvo que a alguien que tenga uno cerca le dé una ventolera, cosa que es más probable que suceda en el bar que en la cama. Nunca se sabe.

Séneca nos enseñó que no hay árbol más fuerte que aquel al que el viento azota con frecuencia. A nosotros a veces nos azotan los climatólogos o presentadores con el parte meteorológico televisado, que tiende a ocupar y ocupar minutos invadiendo el tiempo de la siesta, de nuestra serie favorita, del postre o de otras ocupaciones. Claro que también puede uno apagar la tele, o sea, mandarla a tomar viento metafóricamente. Los vientos a veces nos traen y llevan y siente uno, caminando hacia sus quehaceres, la pequeñez y endeblez del propio cuerpo, aún en el caso de que sea un cuerpo posnavideño con algo más de turrón en la cintura. Hay vientos de los que protegerse y otros a los que no debería importarnos que nos dieran en toda la cara. Pueden ser violentos pero no hipócritas.

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