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José María de Loma.

Manzanas

Euforizantes y cotidianas, contribuyen a la producción literaria

El nuevo libro de Fernando Aramburu, autor de Patria, se llama Autorretrato sin mí (Tusquets). Capítulos cortos, prosa poética, delicia. Es también una suerte de diario. Estampas de la vida cotidiana. O no. Y de su pasado, presente, futuro, de la Alemania en la que vive, de su San Sebastián natal.

Habla de amigos, de la nocturna y "sabia cantidad" de vino mientras lee, de sus seres queridos. Aramburu contrajo de muy joven la poesía y vuelve a padecerla para goce nuestro. Uno de los capítulos versa sobre la euforizante y cotidiana manzana. A media mañana. Para avivar dedos, espabilar cerebro, espolear creatividad.

La manzana cumple en Aramburu la función que en otros cumple el cafelazo o un porro o un melocotón, tal vez un copete de anís o unas bayas de goji, que por cierto yo consumí durante un tiempo. Tiempo en el que logré encontrarme mejor, acelerar hasta límites no aconsejables el trasiego (porque eso más que tránsito era trasiego) intestinal y una suerte de rara habilidad pasajera, que no volvió, para concluir sonetos y memorizar inicios de novelas encomiables. A estas alturas de la columna me voy desviando de lo que iba a ser su curso natural: el decidido elogio, cuando no el ditirambo o la loa, de la manzana. Así, a cara descubierta. A todas ellas. A las golden y reinetas; Winesap, Gravenstein o Pink Lady.

Existen más de 7.500 tipos o variedades, aunque otras fuentes hablan de 2.000. Se tardaría (según me informa un artículo de "El Periódico de Cataluña" de mayo de 2017) veinte años en degustarlas todas. Una de cada tipo, queremos decir. Una manzana al día mantiene al médico alejado, proclaman los ingleses. Y lo proclaman en inglés, claro, con lo cual hasta rima. A mí me gustan también en ensaladas. Las manzanas, no los ingleses. En concreto manzana en dados, atún y lechuga. Los días en que me meto en gasto y me creo cocinero a lo mejor le añado un muy poquito de cebolla. También está muy bien cortarlas en palitos para mojarlas en yogur. No en yogur de manzana, lo cual sería vicio o caso de exacerbado manzanismo. En algunos sitios de España se le dice pero a la manzana. Me voy a comer un pero, niño, compra un kilo de peros, y en ese plan. Las peras, también tienen un artículo por sí mismas, inclusive las de agua, que pueden llegar a calmar la sed bastante. Las peras y las manzanas están en guerra a causa de un dicho. Las peras reivindican que se diga "estás más sano que una pera" pero se va imponiendo "estás más sano que una manzana", con lo cual me da a mí que las manzanas han contratado a un community manager o jefe de prensa.

Sobre gustos sí hay mucho escrito, lo mismo que sobre manzanas. La manzana sí tiene quien le escriba. "Mi poesía y las manzanas hacen la atmósfera más fina", dijo el gran Gerardo Diego, que no tenía el día modesto. La vida son las ganas de comerse una manzana. Las manzanas, ahora lo sabemos por Aramburu, ayudan a la producción de literatura. Y esto, oiga, hay que proclamarlo. Que lo sepan hasta los que viven a muchas manzanas de aquí.

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