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El Jaguar de la alcaldía Antonio Pastor de la Medem, hijo del banquero y amigo de Filgueira, donó el coche al Ayuntamiento en 1963, pero consumía mucha gasolina y terminó por volverse ruinoso

El Ayuntamiento de Pontevedra barajó a finales de los años 20 la compra de un coche para la alcaldía, con la finalidad de dejar atrás el sistema de alquiler que, a la larga, resultaba bastante gravoso. Habitualmente, el Garaje Miranda prestó ese servicio al regidor de turno durante mucho tiempo.

La dura postguerra no permitió siquiera pensar en semejante dispendio y no fue hasta mediados de 1958 cuando el asunto se sometió por primera vez al pleno municipal. Como alcalde en funciones, José Luís Pélaez Casalderrey aprovechó su larga interinidad, entre la marcha de Prudencio Landín Carrasco y la llegada de José Filgueira Valverde, para encauzar la espinoso cuestión. Entonces se aprobó la compra de un vehículo para la alcaldía sin fijar su marca o su precio.

Filgueira no acometió la materialización de aquel acuerdo plenario hasta que estuvo convencido de su beneficio económico para la hacienda local, dado el número cada vez mayor de desplazamientos que realizaba por razón de su cargo. Finalmente planteó la operación como "imprescindible" y la corporación municipal aprobó por unanimidad a finales de 1962 la compra de un Seat 1400 C, de fabricación nacional, con un tope de gasto hasta 150.000 pesetas.

Al enterarse del acuerdo, Antonio Pastor de la Medem, hijo del primer presidente del Banco Pastor, constante benefactor del Museo Provincial y buen amigo de Filgueira, ofreció al Ayuntamiento la donación de un vehículo de su propiedad para uso de la alcaldía: nada más y nada menos que un imponente Jaguar del año 1954, matrícula M-116.787, de color negro.

El coche tenía nueve años de uso, pero estaba en perfectas condiciones. Su propietario acababa de gastarse 60.000 peseta en una revisión a fondo de toda su mecánica, incluida la sustitución de algunas piezas por otras con garantía de origen. En definitiva, estaba como nuevo.

La corporación municipal no lo pensó dos veces y aceptó encantada el generoso ofrecimiento. A propuesta de Filgueira, constó en acta su gratitud a Antonio Pastor, al tiempo que reintegró a su favor las 60.000 pesetas invertidas en reparaciones. De inmediato, el Ayuntamiento contrató el seguro del vehículo con la compañía Banco Vitalicio de España por 2.258 pesetas de póliza anual, y el Jaguar estuvo a disposición de la alcaldía desde el 20 de marzo de 1963.

Su entrada en servicio causó una gran expectación. Nada frecuente resultaba entonces la circulación de un Jaguar por las calles pontevedresas. La mayoría del vecindario solo había visto un coche así en el cine, en la prensa o en el No-Do.

El parque móvil del Ayuntamiento de Pontevedra era tan exiguo, que ni siquiera la Policía Local disponía de un solo turismo. Su flotilla se reducía a cuatro Vespas, una MW y un ISO carro; es decir vehículos de dos y tres ruedas. Únicamente el Servicio de Bomberos contaba con dos coches con escalera y cisterna para sus intervenciones.

Tan inesperada como aquella donación recibida por el Ayuntamiento, resultó tres meses después la liquidación girada por la delegación de Hacienda en reclamación de 47.728,25 pesetas. Un informe de la abogacía del Estado entendió que "desde el momento que ha mediado el abono de un precio, el importe de la reparación para poner en servicio el automóvil, no surge la figura de la donación perfecta".

El asesor jurídico de la corporación municipal interpretó que, en todo caso, tendría que aplicarse "la tarifa de una transmisión de cosa mueble, que equivale al 3% del valor"; es decir que la cantidad a pagar se reduciría a unas 1.800 pesetas. De modo que el Ayuntamiento interpuso una reclamación ante el Tribunal Económico-Administrativo Provincial. Un cierto misterio envolvió luego el resultado de aquel pleito.

El único policía municipal que tenía para uso oficial la referida MW de su propiedad fue el primer chofer del Jaguar, con carácter interino. Luego se hizo cargo un guardia civil que había estado al servicio del jefe de la benemérita en esta capital. En tiempos de recortes, Filgueira hizo encaje de bolillos para crear la vacante en plantilla sin causar un incremento de personal. Pero logró su propósito mediante una combinación de extinciones, transformaciones y amortizaciones de plazas.

Unos cuantos pontevedreses, que entonces eran alumnos de bachillerato del Instituto, todavía recuerdan muy bien hoy sus viajes en aquel impresionante vehículo por mor de alguna encomienda de Filgueira Valverde, entonces alcalde, y director del Museo y del Instituto. Tales desplazamientos siempre tenían algo que ver con traslados o gestiones para dichas instituciones y, lógicamente, despertaban la envidia malsana de sus compañeros.

Igualmente, el Jaguar terminó por convertirse en un referente infalible para su alumnado a la hora de saber si tendrían o no la clase del día con el profesor Filgueira: el coche aparcado delante del Ayuntamiento o de las Ruinas de Santo Domingo, denotaba que el alcalde también andaba cerca. Lagarto, lagarto. Pero si no estaba visible, el camino se consideraba despejado para abandonar el aula aquella hora e improvisar un partido en la vecina Alameda.

Mal que bien, el automóvil fue tirando hasta que cumplió doce años. A partir de entonces comenzó a volverse antieconómico, tanto por su consumo exagerado, como por el elevado precio de cualquier pieza de recambio, dada su naturaleza extranjera.

Antes de abandonar la alcaldía, Filgueira no recibió el permiso de la Superioridad, llámese Gobierno Civil, para sustituir el Jaguar por un Dodge Dart, que acababa de salir al mercado y sorprendía por su gran porte estilo americano. El Ayuntamiento tuvo que conformarse con adquirir un Seat 1500, que por algo era de fabricación nacional.

Curiosamente, el Jaguar y Filgueira concluyeron al mismo tiempo sus respectivas trayectorias al servicio del Ayuntamiento de Pontevedra. Con Filgueira llegó y con él se retiró el Jaguar a mediados de 1968.

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