Con buen sentido comercial, el gerente de Podemos ha querido dejar claro que su partido concurrirá a las próximas elecciones bajo "su propia marca". No le falta razón a Pablo Iglesias cuando utiliza -quizá sin advertirlo- esta terminología mercantil. Cuesta mucho crear una imagen corporativa, y no digamos ya fidelizar a la clientela, como para dejar que la marca registrada se diluya en medio de Mareas y Comunes, por más que también estas tengan su gancho.

Lo que el partido de la nueva vieja izquierda ha descubierto, al igual que los Ciudadanos de la nueva derecha de siempre, es que la política es un negocio, sujeto como cualquier otro a las exigencias del marketing y el branding. Una marca bien acreditada no tiene precio cuando se trata de venderle la moto -o la lavadora, o el programa- al consumidor de bienes.

Incluso los partidos que detestan el capitalismo aceptan la lógica del mercado. A ver qué remedio. Por mucho que renieguen de la vieja política, al final no les queda otra que poner en valor su marca -como ahora hace Iglesias- y encargar a una agencia publicitaria los eslóganes que puedan ser comercialmente más atractivos para el votante.

La única diferencia con otras industrias más convencionales reside en que el comprador paga con su voto la mercancía en oferta; y que esta es un valor intangible a disfrutar en el mercado de futuros, solo en el caso de que el partido votado gane las elecciones. Se trata, en cierto modo, de una apuesta; pero en eso consiste precisamente el negocio de la Bolsa, donde unos rentabilizan y otros pierden su inversión.

Habrá quien vea con algo de melancolía esta deriva de la política desde el campo de las ideas al del mercadeo puro y crudo, pero tampoco hay por qué ponerse así. Bien al contrario, la aplicación de los principios de la libre competencia al negocio de la cosa pública ha de redundar, por fuerza, en claros beneficios para el ciudadano.

Después de todo, ni los fabricantes de electrodomésticos ni los ideólogos de los partidos pretenden engañar a nadie. La gente compra aquello que cree que funciona y desechará lo que -acertadamente o no- considere que no le ofrece confianza.

Poco importan a estos efectos las ideologías, como es natural. No es infrecuente que los candidatos a un puesto de gobierno usen los mismos conceptos y parecidos lemas publicitarios para seducir a la clientela. El socialdemócrata Felipe González, un suponer, arrasó en las elecciones de 1982 con el eslogan "Por el cambio", muy similar al "Empieza el cambio" utilizado veinte años después por el conservador Mariano Rajoy para obtener también su primera -y hasta ahora única- mayoría absoluta.

Más sorprendente aún fue que Podemos adoptase como marca comercial el lema "Yes, We Can" ('Sí, podemos' o 'Sí, se puede') que tanto allanó al norteamericano Barack Obama su camino a la Casa Blanca. Puede sonar raro que un partido antiimperialista se inspire en las maneras del Imperio; pero eso equivale a ignorar que la política es un asunto estrictamente mercantil en el que lo único importante consiste en madrugarle la clientela a la competencia.

Nada más lógico, por tanto, que Iglesias haya resuelto imponer la marca "Podemos" a sus socios de la periferia para mejorar resultados contables en las municipales y autonómicas que están ya a caer. Igual ha entendido mejor que ellos el valor de la política como sociedad anónima.

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