No resulta difícil sumarse a la manifestación en favor de los derechos de las mujeres. Mariano Rajoy lo ha hecho portando un lazo que es uno de los signos inequívocos de los tiempos y de eso que se conoce por postureo. El problema viene el día después cuando hay que hacer frente al clamor en las calles con soluciones concretas para acabar con la desigualdad.

El clamor sirve para muchas cosas pero probablemente no sea suficiente para responder a la fuerte demanda cívica que se encuentra detrás de él. Sirve, por ejemplo, para que Alberto Núñez Feijóo vuelva a postularse pidiendo al Gobierno que reaccione ante la reivindicación multitudinaria del Día Internacional de la Mujer. Pero, primero, hay que preguntarse quién es el destinatario del abrumador mensaje a favor de la igualdad que no ha tenido, curiosamente, en cuenta a las mujeres musulmanas que con mayor saña padecen la ausencia de derechos y la discriminación.

En teoría no se trata de un asunto partidario pero en realidad sí es partidista.

La conciliación laboral, la brecha salarial, son asuntos que no deberían tener color político, pero pueden adquirir distintas tonalidades demagógicas en una protesta multitudinaria.

El Gobierno se ha sumado esta vez a ella calificándola de transversal. Podría equivaler a la vieja táctica de ponerse a silbar tangos mientras se agarran a la pancarta y admiten la huelga como algo inevitable. Pronto sabremos hasta dónde alcanza la comprensión del clamor que dice advertir y quiere traducir en hechos Núñez Feijóo. Pronto lo sabremos o, en el peor de los casos, nos olvidaremos que ha existido hasta el año que viene.