Algunos de los defensores más vehementes de la libertad a veces parecen estar enamorados de una proyección: no aman tanto la libertad como la idea de libertad; se sienten embaucados por la hermosura del concepto y el poder sugestivo del vocablo, al que recurren con asiduidad, pero a la hora de asumir sus ocasionalmente incómodas consecuencias, prefieren evitarla, arguyendo motivos jurídicos, religiosos o morales. Recordemos al gran cómico Lenny Bruce en Londres, amenizando a un grupo de jóvenes entregados y sonrientes, mientras bromeaba sobre el sexo interracial, la masturbación y el dinero, hasta que incorporó el cáncer de pulmón a su reportorio humorístico. En ese momento se levantaron indignados de sus mesas y salieron del club. "Cáncer, por Dios". El límite (de la libertad) se había traspasado. Los estereotipos raciales sí eran aceptables, pero la enfermedad, "por Dios", no. Aquellos individuos tomaron una decisión: irse. El problema surge cuando esos mismos individuos exigen que el resto los acompañe.

A falta de consenso sobre su aplicación, cada uno entiende la libertad, especialmente la de expresión, a su manera. De ahí nuestra incapacidad para diferenciar a un "preso político" de un "político preso", o, como ilustra el caso de ARCO y la retirada de una de las obras expuestas en la feria, que no nos pongamos de acuerdo en la definición básica de censura. Cuando la discrepancia llega a los tribunales, en un país como España, donde la separación de poderes no se ha llegado a interiorizar del todo, la cosa se complica todavía más. La Audiencia Nacional había condenado a Cassandra Vera Paz a un año de prisión por un delito de enaltecimiento del terrorismo (humillación a las víctimas) debido a unos tuits en los que se burlaba del atentado perpetrado por ETA contra Carrero Blanco, presidente del Gobierno durante el franquismo. Esta semana el Tribunal Supremo la ha absuelto porque considera que una sanción penal "no resulta proporcionada".

En la sentencia se afirma, no obstante, que la repetición de dichos tuits "es reprochable social e incluso moralmente en cuanto mofa de una grave tragedia humana". El Alto Tribunal entiende además que se trata de un "chiste fácil y de mal gusto relacionado con la forma en que se produjo el atentado". Las pretensiones pedagógicas de los magistrados, incapaces de resistir la tentación del intrusismo, podrían ser celebradas como una lección necesaria dirigida a adolescentes desinformados que se hacen pasar por disidentes publicando frivolidades. Tras evitarle a la acusada una posible entrada en la cárcel, no querían dejar pasar la oportunidad de realizar una breve reflexión sobre el contenido de los tuits que supuestamente muchas personas recibirían con agrado. Pero el reproche moral que los chistes provocan, al igual que el gusto, depende del tipo de audiencia. Y la libertad, en ocasiones, resulta desagradable. Incluso vomitiva. Por eso a uno siempre se le presenta la opción de abandonar el teatro, seleccionar otro canal o dejar de leer a los autores que considera mediocres o repulsivos, sin tener que servirse de un órgano judicial para exponer su visión personal sobre la comedia.