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Prohibir el móvil en el colegio

Están a punto de llegar a los colegios de Francia los aparatos para controlar si los alumnos portan o no entre sus pertenencias el móvil. Macron acaba de avisar -ya lo había advertido en su programa electoral- de que estudia su prohibición, dadas las consecuencias para la atención en clase del escolar -lo usan aunque sea motivo de castigo-, o para evitar el paisaje desolador -también con repercusiones educativas- de unos recreos donde el principal motivo de divertimento gira en torno a lo que expiden las pantallas.

Desconozco si en España la conectividad a ultranza constituye una preocupación de las autoridades educativas, si bien tengo constancia de la frustración de enseñantes en su pugna con los móviles: muchos han tirado la toalla y prefieren mirar para otro lado cuando oyen en medio de la clase la señal acústica de turno. Imagino que a estas alturas los responsables educativos sí habrán retenido los casos de acoso vía móvil, perpetrados digitalmente en su mayoría en las entradas o salidas de los colegios o durante el tiempo de recreo.

En el caso de Francia los padres han sido los primeros en alertar que la prohibición del instrumento les puede provocar un buen embrollo doméstico, al no poder controlar los movimientos de sus infantes -cada vez los usuarios son más precoces-. Todo depende: quizás pierdan en eficiencia, pero también van a ganar en grado de conversación, más allá de esos diálogos monosilábicos que conlleva el wasapeo. El escritor Juan José Millás siempre dice que hay que recuperar la mesa de la cocina como monumento a la charla. Aquí no sabemos qué ocurriría: Macron señala que viene muy bien no estar conectado durante un espacio temporal. Podemos empezar a probarlo. Prohibamos por nuestra cuenta que vayan al colegio con los móviles. Una decisión que provocará reacciones, seguro que sí. Suerte.

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