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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

De un golpe a otro golpe

La contestación a la visita oficial del rey Felipe VI a Barcelona para asistir a un importante congreso informático fue más llamativa en el plano institucional que en el popular. En el primero la alcaldesa de la ciudad, señora Colau, y el presidente del Parlamento autonómico, señor Torrent, quisieron patentizar su desacuerdo por lo que consideran duras palabras del jefe de Estado contra las pretensiones soberanistas y su falta de empatía con los reprimidos a palos en la agitada jornada del referéndum ilícito el pasado 1 de octubre. La alcaldesa llegó incluso a revelar una conversación privada con el monarca en la que este le habría dejado claro que su misión era defender la Constitución y el Estatuto. A lo que ella le habría replicado que hay mejores formas de defender la Constitución que con cargas policiales contra gente pacífica.

Bien, todo esto son, como suele decirse, dimes y diretes ya que ni el Rey va a contestar a una revelación sobre el contenido de una conversación privada, ni tampoco parece claro que él haya ordenado explícitamente las cargas policiales ni la posterior intervención de los jueces. Y menos todavía que tenga que pedir perdón por todo ello como le exige el fugado a Bruselas. Fuera de eso, y de unas limitadas protestas callejeras, la visita del jefe del Estado a Cataluña ha servido de pretexto a los defensores de la monarquía parlamentaria para establecer interesados paralelismos entre la figura de Juan Carlos I y la de Felipe VI, a los que en la portada de un influyente medio de comunicación nos los presentan como salvadores de la democracia "al combatir un vacío de Estado". El padre lo habría hecho en la madrugada del 23 al 24 de febrero de 1981 cuando el fallido intento de golpe de Estado de Tejero, y el hijo 36 años después, el 3 de octubre de 2017, tras el accidentado referéndum por la independencia. Y en los dos casos el medio utilizado para restablecer la normalidad democrática fue una comparecencia en televisión, aunque en esta última ocasión el Rey vestía de civil y en aquella, ya lejana en el tiempo, lo hizo con uniforme de capitán general para dar a entender a los golpistas que él estaba del lado de la Constitución.

¿Ha lugar a ese paralelismo? No lo parece. Al menos para los que hemos vivido los dos momentos con plena consciencia. En febrero de 1981, la crisis económica, la situación internacional (todavía existía la Unión Soviética), el terrorismo, y un ejército eminentemente franquista creaban un clima favorable a una intervención militar. Cada cierto tiempo se hablaba de conspiraciones para un golpe de estado y había continuos "rumores de sables" en los cuarteles. De hecho, los servicios de inteligencia españoles eran plenamente conscientes de ese peligro.

Se ha escrito mucho sobre el 23-F, y más que se escribirá en el futuro, pero al margen de la versión oficial hay abundante tela por cortar para los historiadores sobre el cruce de conspiraciones que se dieron en aquel día. Nada que ver con el actual que es un problema circunscrito a los sentimientos soberanistas de una parte (y tampoco mayoritaria) de la población de una parte del territorio del Estado.

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