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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

"La Venus del espejo," paradigma del arte viajero

El pintor Diego Rodríguez de Silva y Velázquez nació en Sevilla, días o pocas semanas antes de su bautismo, celebrado el 6 de junio de 1599 en la Iglesia de San Pedro de su ciudad natal, y falleció en Madrid el 6 de agosto de 1660. Durante la enfermedad que le llevó a la muerte fue atendido por el doctor Vicencio Moles, médico de la familia, y los médicos de cámara del rey Felipe IV, los doctores Miguel del Alba y Pedro de Chávarri. Con toda probabilidad, desde el enfoque de la medicina actual, el pintor murió de infarto de miocardio. Apoya este diagnóstico un ataque previo de dolor precordial, con sensación inminente de muerte, sufrido dos meses antes, y la referencia a un dolor "cardiogástrico", cuando aún no era conocido el infarto de miocardio como entidad clínica. Una hipotética perforación de úlcera no causaría dolor precordial y habría acusado síntomas anteriores de enfermedad gástrica -véase a Diego Angulo Iñiguez: Velázquez. Sobre la muerte de Velázquez. Madrid: CCEH; 2007: 329-330-. La bibliografía sobre este gran artista español, desde sus primeros biógrafos ( Francisco Pacheco, Antonio Palomino y Juan Alfaro) hasta la actualidad, como era de esperar, es inmensa e inabarcable. Yo les recomendaría a los no expertos dos obras. La primera, un tratado general relativamente reciente de José Manuel Cruz Valdovinos: Velázquez. Vida y obra de un pintor cortesano. Madrid: Caja Inmaculada; 2011. La segunda, una monografía sobre el tema a la que dedicamos este suelto, el estudio de Andreas Prater: Venus ante el espejo. Velázquez y el desnudo. Madrid: CEEH; 2007. El que les escribe también ha hecho algunas incursiones sobre la cuestión desde la perspectiva médica, de las que existe constancia en actas y publicaciones. También ha tenido la satisfacción de ser director de dos tesis doctorales referidas a la obra de Velázquez: la de su hermana, María Luisa Martinón Sánchez (USC, 1990), y la de su hija, Georgina Martinón Torres (UCLM, 2016). Tales irrupciones en la historia del arte le dan a uno cierto respaldo a la hora de redactar este suelto.

El 23 de junio de 1651, Velázquez regresa a Madrid desde Italia. Cuenta 52 años de edad. Lo hace en compañía del nuevo embajador, Francesco Otonelli Nerí, con el que había coincidido en Génova. Ambos se embarcaron hacia España y con toda probabilidad viajaron juntos desde Génova hasta Alicante. El propio Felipe IV lo confirma en una carta dirigida al Duque del Infantado y fechada ese mismo día: "llegó a Madrid Velázquez". También hay constancia documental de la llegada de Otonelli a Madrid, a medianoche, el 23 de junio de 1651. El pintor retorna después de dos años y medio de ausencia; se había embarcado en lo que era su segundo viaje hacia Italia, en el puerto de Málaga, el 21 de enero de 1649. Lo había hecho en compañía de don Jaime Manuel de Cárdenas, Duque de Maqueda, que se desplazaba en representación de la Casa Real para recibir y traer a España a la futura esposa de Felipe IV, doña Mariana de Austria. La principal misión de Velázquez era adquirir obras de arte para la transformación y decoración de los palacios reales. Permaneció en Roma y visitó varias ciudades italianas. En Venecia compró telas de Veronesse y Tintoretto -hoy guardadas en el Museo del Prado-; en Roma adquirió copias y vaciados de las estatuas más célebres; encargó doce leones de bronce de Matteo Bonarelli -hoy como soportes de una mesa en el Museo del Prado y como adornos del trono en el Palacio de Oriente de Madrid-; así como otras obras de arte. Velázquez está en plenitud y cosecha grandes éxitos y honores. Es el momento en el que plasma el Retrato de Juan Pareja (1650), esclavo, oficial y también pintor, que le acompañó en este viaje. El cuadro, que llega a ser expuesto en el Panteón Romano, fue admirado por todos y calificado por Palomino como: "a voto de de todos los pintores de todas las naciones, todo los demás parecía pintura, pero este sólo verdad". Es asimismo en este momento cuando concede la libertad a su esclavo. Además, consigue el favor del Papa y realiza el Retrato de Inocencio X (1650), inicio de un nuevo estilo evolucionado y exclusivo, del que Palomino afirma: "ha sido el pasmo de Roma, copiándolo todos por estudio y admirándolo por milagro". Asimismo, entre otros cuadros, pinta más de una docena de retratos de importantes personajes.

De toda la obra ejecutada por Velázquez durante su estancia en Italia, una es el objeto de este suelto, La Venus del espejo (1650) - en la actualidad en National Gallery. Londres-, por ser paradigma del "arte viajero". De hecho, Federico García Serrano la incluye entre las veinte obras más representativas que engloba la denominación por el propuesta (véase: Robos, expolios y otras anécdotas del arte viajero. Barcelona: Larousse Editorial; 2017 y Arte viajero. Faro de Vigo, 18.02.2018). Es el único desnudo femenino del pintor que se conserva, desnudo que es excepcional en el arte español, al menos hasta ese momento. En el óleo un artista severo y grave, así era Velázquez, poco dado a exteriorizar sus emociones, substrae de su intimidad a su modelo y la representa como una mujer desnuda sin más, tumbada de espaldas sobre un paño, exhibiendo la totalidad de la parte posterior de su figura, mientras se mira embebecida en un espejo que sostiene un niño alado y desnudo, de rodillas, en la misma cama. Sin embargo, de forma intencionada y arbitraria, preserva un grado excesivo de inmodestia y con mucha habilidad evita que el espejo en que se contempla refleje la zona de la anatomía que le correspondería. Con esta finalidad, altera con las leyes de reflexión y, de la totalidad de la vista frontal, solamente revela su rostro desdibujado. El resultado es que ha conseguido que "ese cuerpo de mujer no sea carnal y lujurioso, sino sensualmente casto. La pintura, cuyas dimensiones son 122,5x177, permite que el retrato tenga proporciones reales y que con toda probabilidad la estatura de la modelo se corresponda con la imagen recogida. No hay duda de que el retrato ha sido tomado directamente del natural, al uso del pintor, y como se puede comprobar por la forma en que se hunde entre los paños, las depresiones en el muslo y en la rodilla y el pliegue en el hombro derecho. Pese a que se trata de una aparente composición mitológica, no hay ningún tipo de idealización, ni influencia clásica; no hay adornos, ni alhajas; no hay representaciones míticas y el niño solo evoca a Cupido por sus alitas. No es la imagen habitual de una diosa que se acicala sino la de una mujer que se dispone a dormir como cualquier otra noche. La obra está realizada con "pincelada que aprieta", con lo que consigue una ejecución, plana, tersa y con valor táctil, que da una sensación de realidad que se puede palpar. En conjunto, todo está concentrado en la figura de la mujer y configura una sensualidad viva palpitante. Contribuye a lograrlo una epidermis fuerte y una carne blanda y suave, unida a las tonalidades rosadas y cremosas de las carnaciones, en contraste con el azul grisáceo del paño, que se contrapone con el blanco de la sabana que está por debajo y la gasa transparente, de color gris con matices verdes, al otro lado de la figura. A su vez el cuerpo de la mujer contrasta una cortina carmesí, recogida en el lado izquierdo, que en su borde libre repite la curva de la mujer.

Se ha dicho que La Venus del espejo es un cuadro que recoge una estancia privada y ha sido ejecutada para una estancia íntima y para la contemplación personal. ¿Sería ésta la del propio pintor? Es posible. Velázquez lo pintó cuando ya no lograba demorar el regreso a España y ya que no podía traer a la modelo de la que estaba enamorado, es posible que trasladara personalmente su retrato. Todo apunta a que la modelo de la Venus fue la pintora Flaminia Triva, natural de Reggio Emilia, de veinte años de edad, hermana y colaboradora del también pintor barroco Antonio Domenico Triva (1626-1699), destacado en el arte veneciano y, a su vez, hijo y discípulo de Francesco Triva, otro diestro pintor y grabador. Velázquez tuvo un hijo en la primavera de 1951, cuando ya había abandonado Italia, supuestamente el fruto de sus relaciones con Flaminia, única con la que aparece relacionado durante este viaje. El rostro de la mujer, aunque impreciso, tiene una fuerte semejanza con el reflejado por Velázquez en la Alegoría de la pintura, modelo que parece identificarse con Flaminia. El nombre del hijo del pintor era Antonio y su existencia está documentada en Roma hasta los seis años de edad. Parece evidente que el niño-Cupido del lienzo fue pintado más tarde, lo que se justificó como un modo de incluir a su hijo Antonio. En 1657, Velázquez quiere regresar a Italia, posiblemente para reconocerlo, y "el rey no lo permitió, por la posible dilación pasada". Si esta interpretación es real, debieron ser muy intensas las presiones que Velázquez recibió, porque muy pronto el cuadro fue tasado y puesto a la venta. Iría de alcoba en alcoba. El óleo, en 1651, pasó a manos de Gaspar Méndez de Haro, Marques de Carpio y Heliche, con reputación de libertino y adúltero, del que se dijo tenía dos pasiones: las mujeres y la pintura de Velázquez. Entre 1688 y 1802 la pintura forma parte de la colección de la casa de Alba, a donde pasó por matrimonio entre la Marquesa de Carpio y el Duque de Alba. Después, en 1802 el cuadro fue adjudicado, por orden real, a Manuel Godoy, para su palacio de Buenavista, donde permaneció hasta 1808. De 1806 a 1813 la obra estuvo en paradero desconocido, debido al expolio napoleónico. Es posible que fuese confiscada por las tropas inglesas y saliera de España en circunstancias clandestinas. En 1813 fue adquirida en Londres por John Morrit y formó parte de esta colección familiar hasta 1906. En 1906 fue comprada por la National Gallery londinense, formando parte de su colección permanente. En resumen un periplo en el que, después de la contemplación en las alcobas de muchos varones, pasó a la exhibición pública en la pinacoteca inglesa. En 1960 regresó de forma temporal a Madrid para formar parte de la exposición "Velázquez y lo velazqueño". El año 1990 retornó por tercera vez a Madrid, prestada al Museo del Prado, para ser exhibida en una macro-exposición en la que se lograron reunir 80 cuadros (79 en catálogo) de los 90 que se atribuyen a Diego Rodríguez de Silva y Velázquez.

La Venus del espejo, también denominada El tocado de Venus, Venus y Cupido y La Venus de Rokeby -por haberse conservado en este lugar de Yorkshire la Colección Morrit- es evidente que es ejemplo paradigmático de "arte viajero" en sus diversas modalidades, de las que habría mucho que hablar y en las que a España, una vez más, le tocó perder. No obstante, hay que reconocer que en sus viajes no sufrió deterioros, únicamente en 1914 fue acuchillada siete veces por un sufragista, sin que afortunadamente apenas se note.

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