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De vuelta y media

El hombre del tiempo, de Caballero a Ugarte

El Servicio Meteorológico comenzó a operar en Pontevedra a finales del siglo XIX y encontró cobijo en el Instituto antes antes de contar con un edificio propio en Mourente

A finales del siglo XIX, el catedrático de Matemáticas del Instituto Provincial, Evaristo Velo Castiñeiras, se convirtió en el primer "hombre del tiempo" en sentido figurado que tuvo Pontevedra. En realidad, solo estaba dedicado a recoger información para su envío a Madrid. La predicción del tiempo a cargo del célebre Mariano Medina tardó casi un siglo en llegar, pero luego su popularización fue muy rápida gracias al fenómeno de la televisión.

El Real Observatorio de la Marina de San Fernando, creado en 1753 pasó a la posteridad como el más antiguo de España. El Observatorio Astronómico de Madrid se puso en marcha en 1790. Y el Instituto Central Meteorológico, sancionado por la reina regente María Cristina en 1887, respondió a un empeño de Francisco Giner de los Rios y se instaló en el Parque del Retiro de Madrid.

La primera estación meteorológica que conoció esta ciudad en 1881, se asentó en el jardín interior del ex convento de los jesuitas, anexo a la iglesia de San Bartolomé, donde estaba el Instituto Provincial.

Además de un hueso duro de roer en su asignatura, el profesor Velo consagró su vida a aquel centro. Allí impartió su magisterio durante casi cincuenta años, treinta de los cuales también ejerció como secretario. Él escribió, en buena medida, la historia que hoy se conoce del Instituto a través de sus memorias anuales.

La Diputación Provincial corrió con el coste de aquel primer servicio, que no tuvo continuidad en los primeros momentos por su carácter pionero y su escasa dotación.

Una nueva etapa se abrió con el catedrático de Física y Química, Ernesto Caballero Bellido, hombre de gran prestigio y mucho saber, que ejerció como director del Instituto General y Técnico (nueva denominación) desde 1900 hasta su jubilación en 1921. Una memoria del curso 1885-86 recogió su designación oficial como responsable del servicio meteorológico con fecha de 13 de enero de 1886 y una asignación anual de 50 pesetas.

Diez años después, Ernesto Caballero obtuvo carta blanca del Observatorio de Madrid para reorganizar su instalación y recibió el material imprescindible: cuatro termómetros (de sol, sombra, ordinario e irradiación) más un psicrómetro y un barómetro, que se unieron al pluviómetro y al evaporímetro ya existentes. A partir de entonces, la estación comenzó a facilitar datos registrados el día anterior sobre temperatura, viento, humedad y estado del cielo, que la prensa local reunía en una sección titulada "El Tiempo", de nueva creación.

Caballero Bellido elaboró en 1918 el estudio más riguroso que se hizo nunca sobre la lluvia en Pontevedra. De acuerdo con sus datos, esta ciudad registró una media anual de 157 días de lluvia (cinco meses al año) y 1.522 litros por metro cuadrado en los veinte primeros años del siglo XX. Ese trabajo puso de manifiesto que la ciudad nunca había sufrió un estiaje tan prolongado como aquel último trimestre de 1917, período que acababa de cerrarse.

El observatorio meteorológico continuó en su lugar original del ex convento de los jesuitas, pese al traslado del Instituto al edificio de Artes y Oficios, en la avenida de Montero Ríos. Tanto este servicio, como la biblioteca y los laboratorios, siguieron donde estaban porque sus instalaciones no tenían espacio ni acomodo en aquel lugar de acogida provisional.

El traslado se efectuó después de la inauguración del edificio del Instituto y se instaló la estación exterior en una parcela de dieciocho metros cuadrados en los jardines de Vincenti, que el Ayuntamiento cedió a la Aeronáutica Militar, organismo responsable del incipiente servicio.

Principalmente, la dirección del observatorio continuó ligada a profesores o catedráticos de Física y Química. Tras la etapa más larga de Ernesto Caballero, llegó otra no menos fructífera a cargo de Juan Ugarte Pollano, un sabio en su genuino significado que dio clases a varias generaciones en distintos centros de Pontevedra y Marín.

Al profesor Ugarte correspondió la tarea de reponer el servicio meteorológico una vez acabada la Guerra Civil, y solicitó su reubicación en la parte sur de los jardines de Vincenti, donde ya había estado instalado. El Ayuntamiento aceptó su petición y encargó el proyecto de una casetilla al arquitecto municipal, Emilio Quiroga, con mallas de alambre y pies de hierro, que permaneció operativa durante muchos años.

Mediante aquel magisterio tan didáctico al que nunca renunció, Ugarte Pollano se convirtió en todo un pionero en Pontevedra de la propagación científica de dicha materia a través de la revista Triunfal. Allí inició una sección titulada "Divulgaciones meteorológicas", que tuvo buena acogida; pero el cierre de la publicación y la falta de prensa local impidieron su continuidad.

Desde el Centro Regional de Enseñanzas, Investigaciones y Experiencias Forestales, Fernando Molina creó una red meteorológica para uso propio, al margen del servicio estatal, que resultó de enorme utilidad. Pequeñas estaciones forestales en lugares estratégicos configuraron aquella red, cuyos datos recogían maestros de escuelas u otros activos colaboradores. Esos resultados fueron muy valiosos para la clasificación y cuantificación de la climatología en Galicia, e incluso forzaron la revisión de criterios hasta entonces inamovibles.

Algún tiempo después, la red controlada desde Lourizán mejoró todavía más sus prestaciones con el meritorio trabajo de César Andrade. A su cargo tuvo la elaboración de unos boletines mensuales de carácter divulgativo, muy sencillos en su formato, pero impagables por su contenido, incluso para organismos científicos de primer orden.

Aquel fue otro gran logro, entre los numerosos milagro que consiguió Fernando Molina como director del CREIEF, un magnífico centro experimental que hoy sobrevive a duras penas por su abandono doloso.

Durante la segunda parte del siglo XX, Agustín Tourón González marcó otra época como "hombre del tiempo" en Pontevedra. Si todos sus antecesores trabajaron con buenas dosis de entusiasmo y altruismo, Tourón resultó un ejemplo de vocación irrefrenable por la meteorología.

Cuando todavía era un alumno del Instituto, comenzó a prestar su colaboración en el servicio allí instalado desde sus orígenes y nunca más dejó de hacerlo durante su vida profesional. El Ministerio del Aire le reconoció una antigüedad desde el 1 de junio de 1963, cuando doce años después obtuvo una plaza fija en el cuerpo especial de ayudantes de meteorología.

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