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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los contrastes

A la vista de lo que hay, y de cómo se las gastan los partidos políticos a la hora de sembrar para recoger -votos, creen- en su momento, parece oportuna alguna reflexión. Por si alguien entre sus responsables considera útil meditar sobre ella, porque una cosa es segura hoy: cada día que pasa se esfuma un poco más la idea de que con los grupos casi recién llegados las cosas importantes iban a cambiar en la sociedad y la ética, y hasta la estética, regresarían en buena hora a la res publica, escenario en el que por cierto y dicho sea de paso, hacen mucha falta.

Ahora mismo podría decirse que no ha sido así y que, con matices, los intentos de regeneración desde los recién llegados o de reforma en los que ya estaban han convertido al oficio político en un mundo de contrastes, cuando no de contradicciones, en el que quienes exigen conductas ortodoxas a sus adversarios incurren cuando les conviene en las mismas cuya desaparición reclaman. Quizá, para mayor exactitud habría que añadir aquí un "todavía no", porque los nuevos o han alcanzado niveles de poder parciales o apenas han llegado a sus fronteras. Y eso potencia las dudas acerca de lo que harán si tienen más éxito.

Los ejemplos de esos contrastes abundan. El PP, abrumados estos días por los juicios sobre la corrupción en zonas claves para él como Madrid o Valencia, ahora gobernadas por coaliciones, fue el partido que con su mayoría absoluta más leyes aprobó contra aquella epidemia. Pero no pudo contenerla en breve plazo ni supo explicar sus intentos. Y por eso -y su poca incidencia en un amplio sector de los media- arrastra todavía una mala imagen, a pesar de que otros partidos han cometido mayores corruptelas -el PSOE en Andalucía, por ejemplo- pero presumen de limpieza.

Citado el PSOE por una corrupción notable pero que pasa, o lo parece, sin la alharaca mediática de su gran adversario, es preciso subrayar otro contraste: el que existe entre lo que predica y lo que hace su dirección actual. Reelegida tras meses turbulentos, logró imponerse a sus adversarios prometiendo que las bases serían el centro de su actuación, ahora plantea una normativa interna de cara a las elecciones en las que la militancia será consultada pero la ejecutiva se reserva la aprobación final y, en su caso, la designación a dedo de los candidatos. Cáspita.

En cuanto a los demás, solo hay que verlos. Los escándalos de clientelismo o de favoritismo en Podemos allí donde gobierna algunas de sus especies son, y a pesar de la cobertura mediática que apenas les da importancia, ya no se pueden ocultar en Barcelona, Madrid, Cádiz o A Coruña. El BNG ejerce un triste papel unilateral que consiste en denunciar a los demás partidos -apoyando a algunos- pero calla o disimula ante los desmanes de la otra izquierda. Y Ciudadanos, que se vende a sí mismo como si bastión de la limpieza y la coherencia, acaba de ser señalado por el Tribunal de Cuentas -junto a otros como IU, Bildu y ERC-, por no tener las suyas en regla. Con semejante panorama ¿extraña que alguien diga que si no son todos iguales, se parecen bastante? Pues habrá que seguir esperando la catarsis.

¿O no??

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