Así que, mientras aquí hay quien no parece interesado en hacer frente -en términos mercantiles, por supuesto- a la audaz competencia del norte de Portugal en lo que a industrias se refiere, la iniciativa empresarial lusa no solo crece, sino que incrementa su campo de actuación. Hasta llegar a lo forestal que, dicho en román paladino, podría ser el colmo: por ejemplo, la intención, que acaba de publicar este periódico, de su mayor factoría papelera de plantar una sustancial cantidad de eucaliptos en Galicia para abastecer las necesidades del complejo fabril.

No se exagera, desde luego, al utilizar ese término -el colmo- para referirse a la posibilidad. Porque lo sería si se concretase la intención precisamente en un momento en el que los eucaliptos han recuperado su papel polémico tras los incendios forestales del último año y no pocos expertos -incluidos los de la Xunta- estudian repoblar los montes con otras especies. Parecería por lo menos extraño que se aceptase sin más aquel propósito anunciado y no cabría, en caso de oposición, la réplica lusa del "libre mercado": al menos no cuando puede causar daños a terceros.

Desde un punto de vista personal, el panorama de que se planten en Galicia algunos millones de eucaliptos, a los que habría que sumar los que ya están, supone un riesgo inaceptable. Por activa y por pasiva: aunque no fuesen exactos los reproches -o las condenas- de muchos ecologistas, o los motivos económicos que podrían tener la industria papelera portuguesa o los madereros gallegos, no pueden suponer una declaración de "espacio abierto" para determinadas actuaciones muy cuestionadas por una parte creciente de esta sociedad.

Es aquí donde, expuesto con el respeto debido, el gobierno gallego habrá de mover ficha. Y no solo para el estudio de una posible prohibición a esas plantaciones foráneas se propone reducir su número a las de aquí, sino también para el establecimiento de cautelas de modo que no se logre por vías paralelas, además -si contribuye a reforzar su argumentario- de para urgir a sus técnicos para que estudien las posibles consecuencias. Y se habla de los suyos para evitar la tentación de que se contrate a otros cuando la Xunta los tiene, y muy capacitados.

Con las cosas claras en ese aspecto, tampoco estaría de más que, desde una perspectiva global, el gobierno gallego hiciera un repaso de lo que está pasando en la dinámica económica de Portugal y sus efectos directos y colaterales sobre los intereses de este antiguo Reino. Porque parece evidente que la sencillez de su burocracia, los incentivos fiscales -además de su imaginativa estrategia- y el nivel salarial del vecino luso son ventajas que no están contrarrestadas donde se pueda por el ejecutivo autonómico galaico, a pesar de alguna iniciativa legal que parece pasar sin pena ni gloria. Y es posible que, en el fondo, ahí -en esa cierta pasividad- esté la causa de que otros vayan ocupando lo que da la impresión de que cede esa dejadez. Porque "camarón que se duerme, se lo lleva la corriente...".

¿O no...?