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Manuel Campo Vidal

Crece la deuda pública y la parálisis

Nunca España había debido tanto y nunca la política española había estado tan paralizada

Del "España produce trigo, hortalizas y naranjas" de los libros escolares más simplones de nuestra infancia, deberíamos pasar ahora al "España produce coches, turismo, científicos que se van y, sobre todo, deuda". Peligrosamente mucha deuda, en la Administración central, la autonómica y en la Seguridad Social. Solo aguantan los ayuntamientos porque contienen el gasto -a veces muy injustamente- por orden del ministro de Hacienda, Montoro, dándose la paradoja de que bastantes de ellos tienen superávit conviviendo con problemas a resolver, pero sin poder gastar. Atrás quedan aquellos tiempos en los que el alcalde de Getafe y presidente de la Federación de Municipios y Provincias, Pedro Castro, le espetó en una asamblea municipal al entonces presidente Zapatero: "Los ayuntamientos hacemos lo que debemos; y debemos lo que hacemos".

Aquella política se acabó, pero no en la Administración central y autonómica, ni en el desequilibrio creciente de la Seguridad Social, que paga hoy pensiones relativamente altas -junto con otras clamorosamente bajas- que no podrán mantenerse en el futuro. La demografía nos da una pirámide de edad deformada donde la base es más estrecha que la cabeza. Ese es uno de los grandes peligros, junto con el alto riesgo de que suban los tipos de interés y la deuda actual se haga dramáticamente insoportable. Desde el inicio de la crisis en 2008, España ha triplicado su deuda. De no hacerlo, la calidad de sus excelentes servicios sociales -que solo se valoran cuando se sale el exterior- se habría desplomado. Hubo recortes, sí, pero en lo esencial los servicios se mantuvieron, en parte gracias a la profesionalidad y entrega del personal sanitario, policial y educativo, entre otros.

Cuando se analizan fríamente las grandes cifras del Estado, se pone en duda la supuesta gran gestión económica del presidente Rajoy que proclama su entorno. Los socialistas, que siempre fueron más proclives al endeudamiento, se vieron superados por una derecha en el poder poco amante del control del gasto. Así estamos, rezando para que el Banco Central Europeo no revise su bajos tipos de interés e implorando para que admita a un español -Luis de Guindos- como vicepresidente y pueda pedir internamente, cuando llegue el caso, una cierta clemencia para la situación financiera española.

Con todo, en el año 2017, solo por dos centésimas, dos, España ha cumplido el objetivo anual de deuda pactado con Bruselas. Se estableció en el 98,1 por ciento del Producto Interior Bruto y nos hemos quedado en el 98, 08. Olvidemos que lo de las dos centésimas resulta sospechoso, porque bastaría con haber tenido algún error de medición para favorecer ese estrecho margen, pero admitamos que nos salvó, no la contención del gasto, sino la subida del PIB. Las exportaciones se dispararon por fortuna a máximos, aunque también las importaciones. En realidad nuestra deuda creció casi un tres y medio por ciento el año pasado. No somos conscientes de esa bomba de relojería situada bajo la caja de las pensiones.

Nunca España había debido tanto y nunca la política española había estado tan paralizada. En Cataluña, por supuesto, donde es lenta la maduración del clima para que el huido Carles Puigdemont comprenda que debe dejar paso; pero también en el resto de España. Que Cataluña no tenga gobierno solo perjudica sus competencias autonómicas y hasta los trece obispos catalanes, al tiempo que denuncian la situación de los encarcelados, piden que Cataluña tenga gobierno de una vez, para no retroceder más.

En Madrid, la pugna PP-Ciudadanos crece, incluso con lenguaje desafiante. La corrupción está en el fondo, pero la soledad gubernamental es máxima. El número tres socialista, José Luis Ábalos, advierte que "Rajoy tendrá que convocar elecciones si no supera la parálisis de Gobierno". Lo compartíamos hace unos días. Pero a ver quién convoca a urnas con 900 implicados en casos de corrupción y Ciudadanos subiendo en las encuestas. Mal vienen las cartas para el PP.

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