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Joaquín Rábago.

Monstruos

El independentismo, en un callejón de difícil salida

El sueño de la razón produce monstruos: a veces, monstruos de dos cabezas como esa presidencia bicéfala por encima de las fronteras que idearon algunos en Cataluña.

El callejón de difícil salida en que se encuentran los independentistas comprometidos con el llamado "procés" ha servido para propiciar las más disparatadas y enrevesadas argucias.

Pero con todo, el mayor disparate de todo es haberse creído, si es que realmente se lo creyeron los responsables, que la Europa de Merkel, de Macron y del resto de gobernantes iba a recibir con los brazos abiertos a un nuevo Estado que no estuviera, ay, en los Balcanes.

Fue una alucinación colectiva, alentada por algunos políticos que, aunque en principio solo nacionalistas, vieron de pronto en el secesionismo la oportunidad de pasar página y de que se relegara al olvido su propia rapiña y sus corrupciones.

Corrupciones como la del famoso 3 por ciento, a la que los partidos del bipartidismo hicieron la vista gorda mientras les convino porque les servía para sus objetivos políticos en el resto del país.

De poco servía que los medios del resto de España denunciaran que tanta corrupción había habido en el partido de Jordi Pujol y de Artur Mas como en el nacional de Mariano Rajoy.

Muchos catalanes parecieron adoptar una actitud como la del presidente de EE UU Franklin Roosevelt cuando comentó, según se dice, a propósito del dictador nicaragüense Somoza: "Será un hijo de puta, pero es el nuestro hijo de puta".

Lo que habría que dilucidar en cualquier caso es hasta qué punto la cerrazón del Estado central, la incapacidad para el diálogo y para la política sobre todo, pero no solo del partido que actualmente nos gobierna, han servido para reforzar el independentismo.

Convendría preguntarse si se habría alcanzado tal grado de locura colectiva sin haber llegado muchos allí a la conclusión, errónea o no, de que el Estado, con un Senado como el actual, es irreformable.

Y así estamos, con un país políticamente bloqueado, un PP que se agarra de modo oportunista a cualquier tema para frenar su sangría de votos, una izquierda socialdemócrata que no sabe o no contesta, y un Ciudadanos cuya principal bandera es ahora, más que la lucha contra la corrupción, la sagrada unidad de España.

A lo que había que añadir una justicia que parece haberse tomado demasiado en serio el papel de sustituta de la política que, por incapacidad de los propios políticos, se la ha acabado asignando.

Impidamos entre todos que el problema catalán acabe socavando aún más nuestro Estado de Derecho.

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