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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Mujeras, hombros, damos y caballeras

Una máxima cardinal de la publicidad sugiere que lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien. Esos días de ahí atrás lo consiguió la diputada Irene Montero al proponer el uso de la variante "portavoza" para aludir a las mujeres que, como ella misma, portan la voz (o la voza) de su grupo en alguna institución. No hará falta decir que a la pobre Montero le cayeron las del pulpo; pero igual lleva algo de razón.

Gramaticalmente, la propuesta no se sostiene, como ya han advertido las autoridades de la Real Academia encargadas de patrullar el idioma. Solo algunos guiris que principian el aprendizaje del castellano pueden creer, erróneamente, que el femenino se forma sin más que añadir una "a" a cualquier palabra.

Ahora bien, la gramática, como la lengua a la que sirve, obedece al statu quo y a los cambios que los hablantes van introduciendo en ella. La Academia es la que manda; pero no sería razonable ignorar que el pueblo usuario del idioma es el que tiene la última palabra.

Después de todo, los idiomas romances son el resultado de la corrupción del latín. Si entonces hubiese una Academia encargada de velar por la pureza de la lengua de Roma, es probable -aunque no seguro- que siguiésemos hablando en la que todavía es la lengua oficial de la Iglesia.

En esta cuestión -como en cualquier otra-, cada cual puede proponer lo que le pete. El propio Gabriel García Márquez llegó a sugerir en su momento una simplificación de la ortografía que aliviase al español de sus actuales corsés académicos, aunque lo cierto es que no le hicieron mucho caso. Tampoco es probable que se lo hagan, salvando las insalvables distancias, a la portavoz o portavoza Montero.

Montero no ha sido especialmente original, eso sí. Varias legislaturas antes de la actual, la entonces diputada Carmen Romero, a la sazón esposa de Felipe González, innovó también la lengua con el uso de la doble fórmula "jóvenes y jóvenes" que aludia -sin aparente ánimo humorístico- a la distinción de sexo entre chavales y chavalas.

La idea, en todos estos casos, apunta a "visibilizar" la existencia de las damas, hasta ahora solapadas lingüísticamente por los caballeros. No hay porqué tomarse a chanza estas invenciones, si bien es cierto que la nueva norma -de generalizarse- daría lugar a extrañas combinaciones.

La creación de géneros mediante el añadido de la "a" o de la "o" permitiría hablar de "damos y caballeras" e incluso de "mujeras" y "hombros", que esa sí sería una transgresión fetén. Algún éxito ha tenido ya este empeño, si se observa a las jueces transformadas en juezas, aunque nadie llame nuezas a las nueces. Y qué más da.

Antes que las ocurrencias más o menos ingeniosas de los políticos, lo que de verdad está averiando el castellano es el asalto al que lo somete la lengua del nuevo imperio. Tanto la sintaxis como el léxico se han intoxicado de palabras y construcciones verbales del inglés que acaso debieran preocupar más a los académicos que las ocasionales incursiones de las diputadas en el territorio de la lengua.

Rodeados como estamos de técnicas de marketing y outsourcing, de backstage, de smartphones y de equipos que ganan "siete puntos arriba" en lugar de por siete puntos de diferencia, parece excesivo preocuparse por ocurrencias de una portavoza en el Congreso. Más que nada, porque tardará apenas unas semanas en pasar al olvido. Y el inglés seguirá ahí.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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