"Gallia est omnis divisa in partes tres quarum unam incolunt?" (La Galia está dividida en tres partes?) Generaciones de estudiantes iniciamos nuestro estudios de latín memorizando el inmortal comienzo de la Guerra Gálica de Julio César. Y como es sabido que la historia se repite como comedia, recién circuló por los medios la división de Cataluña en partes dos, la profunda o rural y Tabarnia. Broma boba que nunca debió sobrepasar el nivel de oralidad de algunas barras de bar y que pronto desapareció de lo público, precisamente por su insustancialidad. Sin embargo mereció en su momento el palco de la primera página de la llamada prensa nacional (en realidad, prensa de Madrid) y de los informativos de las cadenas de TV de la capital del Estado. Añadamos la exhibición de vídeos impresentables sobre Cataluña y sus políticos y sobre todo una manipulación y una falta de honradez informativa que bloquean e imposibilitan cualquier análisis político sensato de la situación catalana. Los descalificativos vulgares de los colaboradores y tertulianos de tales medios, vertidos sobre el señor Puigdemont, a los que se suman con entusiasmo muchos políticos de los partidos de la derecha (acabo de oír al Sr. portavoz del PP en el Congreso llamar botarate al presidente catalán) y que descalifican (o califican) a quienes los pronuncian.

Y no solamente los medios. Ciertas decisiones del Tribunal Supremo en el ámbito de la cuestión catalana, o la del Tribunal Constitucional de supeditar la investidura del presidente de la Generalitat a la autorización de un magistrado (lo que resulta escandaloso desde un punto de vista jurídico) tantas resoluciones de la Audiencia Nacional, la colusión (o sospecha de colusión) entre órganos políticos y jurisdiccionales, el desprecio de aquellos (de cualquier signo) por el Derecho, todo ello, en unión de la emergencia de corrientes autoritarias y simplistas de opinión, con unos niveles viscerales de pasión que creíamos desaparecidos, es un claro síntoma de inmadurez de nuestra democracia que acusa su juventud.

Pero no es solo un problema de juventud, sino también una clara indicación de la pervivencia de una "forma mentis" franquista que nos emponzoña a todos, sin excepción, y debida al olvido que arrojó la transición sobre una larguísima dictadura que conformó y condicionó la vida de los que la vivieron. Las actitudes y orientaciones de uno y otro signo en relación con aquella las trasmitimos a nuestro hijos y nietos y, al no haber sido cancelado ese pasado por la justicia democrática y objeto de una auténtica reconciliación, seguimos intelectualmente en la esfera del franquismo y de la lucha contra el mismo, víctimas de un cordón umbilical vivo que recorren en ambos sentidos las pasiones del pasado y del presente, al contrario que vecinos como los italianos o los alemanes que supieron hurgar a fondo en la herida o los argentinos.

Sí, ese pasado sigue vivo, e incluso un pasado más antiguo, por la utilización que de él hizo el franquismo. Y esa supervivencia debilita y enferma a nuestra democracia, pues a través de la historia de las diferentes culturas vemos que los muertos sin inadecuada sepultura siguen errantes entre los vivos, interpelándolos y violentándolos.