El programa máximo de la historiografía viguesa debe aspirar a reflejar cuanto de relevancia haya ocurrido en la ciudad. Los grandes acontecimientos, por supuesto, que básicamente están historiados, pero también los episodios que han interesado a la gente de su tiempo, algunos, lamentablemente, olvidados. Y el devenir de los personajes que los han protagonizado o han sobresalido.
La aspiración es aún más legítima cuando Vigo atraviesa un período de plenitud -en lo político, lo intelectual, lo cultual, lo social, lo deportivo, y en general-, que invita a completar lo inconcluso.
Quizá desde los años cincuenta del pasado siglo, el periodo más brillante y fructífero de la época moderna, no se haya vivido otro similar, en que la ciudad destaque tanto en tantos ámbitos.
En los cincuenta, tan poco reconocidos, Vigo brillaba.
Por ejemplo, en el ámbito editorial, cuando llegó a ser, tras Madrid y Barcelona, la que más libros editaba.
Aunque se han escrito artículos, alguno bien documentado, porque cada vez resulta más sugestivo el tema, falta la historia rigurosa de la editorial Cíes, que encaramó a la ciudad al tercer puesto estatal en esta actividad.
El empresario que logró el éxito pertenecía a una familia de Libreros, Eugenio Barrientos. Descubrió a Marcial Lafuente Estefanía, confinado en Vigo por razones políticas, a Corín Tellado que comenzaba su carrera de éxitos, los autores más leídos tras Cervantes. Y a otros escritores que llevaron la lectura a las clases populares. E inventó el libro de bolsillo.
Una historia de la editorial debería contener todos los títulos publicados, los diferentes sellos, los autores con sus nombres y los que utilizaron seudónimos, y tal vez aparezca la sorpresa de buenos escritores que hicieron literatura popular para sobrevivir, hasta ahora ignorados, y cómo llegaron a la editorial viguesa. Y por supuesto, la biografía del editor, y un análisis sociológico de los contenidos y los lectores de Cíes. En suma, una historia como Dios manda.
Deberían escribirla las hijas de Barrientos, la que reside en Vigo, o Mabel como la conocen las amistades de la infancia, Isabel como la llaman en Costa Rica, donde reside desde hace 28 años y ha adquirido la nacionalidad, tras ejercer como médico de Cruz Roja en Centroamérica. Pero Mabel, que colaboró de niña con su padre, haciendo paquetes y otros trabajos menores de editorial, no se siente con ganas. !Y quien no!
Tumbada en la hamaca de la terraza de su casa de Santa Ana, cerca de la capital San José, viendo pasar a la tarde parejas de grandes y ruidosos guacamayos rojos -son monógamos y viven hasta setenta años-, no se siente animosa a desempolvar documentos.
Parece que deberá ser algún investigador, estudiante de final de carrera o doctorando- el tema merece una tesis -, quien lo trabaje académicamente.
Otra viguesa por el Caribe, Celia Vázquez, que pasa una parte del año en su apartamento de Cartagena de Indias, desde donde ve llegar los cruceros, también tiene pendiente la tarea de recopilar y ordenar la obra de su padre, Lalo Vázquez Gil, penúltimo cronista oficial de Vigo.
Ocurre que está muy implicada en Cartagena, ciudad increíble y de enorme actividad cultural, y que enseña a los amigos que llegan con el salero del mejor guía y la didáctica de la profesora universitaria que es. Pero tiene el compromiso de poner al día la biografía y la obra de su padre. Amplia y rica.
Incluida la vertiente poética, a la que dedicó su último libro. Aunque menos conocido, le viene de antiguo el oficio de vate. Vázquez Gil fue uno de los premiados, junto con Carlos Casares, en los Juegos Florales de Vilagarcía que presidió Cunqueiro.
Con las naturales autoras por Centroamérica, ambos temas siguen a la espera.
Son dos ejemplos de retazos de la historiografía viguesa que aguardan quien los escriba, y cuyos títulos deberán figurar en la próxima reedición del libro del profesor e historiador Miguel Ángel González, que ha recopilado el índice y referencia de toda la bibliografía sobre Vigo. Una obra inapreciable, pero todavía con numerosos títulos pendientes de autor.
