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Juan José Millás.

Días de lluvia

En el metro, cerca de mí, un hombre habla a su hijo de la gravedad. Al principio me parece entender que se refiere al cáncer, pero enseguida advierto que trata de explicarle los secretos de la fuerza física que nos mantiene pegados a la Tierra. Con gran paciencia y en tono sosegado, le pone al día sobre las relaciones entre la masa y la atracción. Le recuerda cómo se buscan entre sí los imanes. En este punto, el niño señala al padre que los imanes, cuando se ponen al revés, se repelen.

-En cambio -añade-, si te tiras de cabeza por la ventana la tierra te atrae igual que si te tiras de pie. El tío Fernando se tiró de cabeza y ya ves.

Se me hace un nudo en la garganta. Comprendo que el padre hablaba de la fuerza de la gravedad para evitar hacerlo del suicidio de un familiar. La fuerza de la gravedad da mucho de sí, es muy entretenida. Si no hubiera gravedad, la vida sería completamente distinta, quizá no sería. Y si fuera menor, no arrastraríamos tanto los pies. ¿Cómo serían las pirámides si esa fuerza fuera entre nosotros la de la Luna? ¿Adónde habrían llegado en ese caso las catedrales góticas? Quizá la Torre de Babel, en una situación lunar, habría logrado alcanzar el cielo.

La mayoría de la gente va con paraguas porque afuera llueve. Cuando afuera llueve, en el interior de los vagones del metro aumenta muchísimo el grado de humedad. El agua, en forma de vapor, se desprende de los abrigos, de los jerséis de lana, del pelo mojado de las mujeres y los hombres. Todo ello produce un conjunto inexplicable de olores: el olor de la humanidad, sin duda. El padre y el hijo continúan hablando, pero se nota que el primero tiene dificultades para explicar al segundo el significado de la muerte. Por eso trata de instruirle acerca de la fuerza de la gravedad. También en esto fracasa porque el crío sigue insistiendo en la cuestión de los imanes.

-¿Por qué los imanes se repelen?

Imagino a alguien tirándose de cabeza por la ventana y deteniéndose a medio camino por la misma ley por la que caemos. La pregunta del niño está cargada de lógica. Y no hay mucha lógica en el metro a las ocho de la mañana de un día de lluvia.

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