Les confieso que me gusta el término disonancia en su acepción de falta de conformidad o proporción, sin que por ello me olvide de su significado musical, el de conjunto de sonidos no acordes, tan frecuente en la música moderna. También eludo la locución de disonancia cognitiva, referida a la disarmonía o incompatibilidad interna de dos pensamientos que una persona percibe al mismo tiempo. El concepto fue enunciado por León Festinger - A Theory of Cognitive Dissonance. Stanford; 1957- y plantea que al producirse una disonancia, la persona se esfuerza en generar ideas nuevas y reduce tensiones hasta conseguir una cierta coherencia interna. Un ejemplo pragmático repetido es la fábula de Esopo, La zorra y las uvas, en la que cuando la zorra no consigue alcanzar las uvas, decide que no las quiere, y afirma: -"¡No están maduras!". El concepto opuesto al de disonancia es el de consonancia. Permítanme hoy que monte este suelto con dos ejemplos que han recaído sobre este, su escribidor de ustedes.

El miedo

Corre el año 2008, es primavera en Boimorto (Vilamarín). Acaban de sonar las campanadas graves de las tres de la mañana en el reloj de pesas del comedor de la planta baja de la casa del que les escribe, que acaba de retornar a la cama después de un paseo prostático. El silencio es profundo y sosegado, el único sonido es el estridular orquestado de los grillos. A su lado, su esposa Georgina duerme con placidez. Por la ventana entra la difusa claridad de la noche. De forma inesperada e intempestiva, desde el exterior y desde el interior, comienza a zumbar la sirena de la alarma de la casa. Uno se incorpora bruscamente por el sobresalto que le produce; escucha paralizado, sin percibir ningún ruido delator; toca el hombro de su mujer y le pregunta con voz queda: -¿Oíste? Georgina, con desconcierto y con los ojos dilatados por el susto, también se levanta angustiada, al tiempo que hace un gesto de afirmación y contesta jadeante, con voz susurrante, que adivino más que oigo: -¿Hay ladrones? -¿Será un ratón el que activó un sensor? Enciendo una de las lámparas de las mesillas de noche que ilumina tenuemente la habitación. Cierro el pestillo de clausura del dormitorio y dirijo mi mirada al dial del teclado de activación/desactivación, que señala que el sensor que ha detectado el movimiento está en una alcoba contigua. Esta habitación dispone de un balcón al exterior de fácil acceso. Mi esposa ya ha comenzado a vestirse de modo apresurado; yo hago lo propio. No nos decimos nada, estamos sobrecogidos; el temblor y el sudor frío nos recorre todo el cuerpo. Ambos dirigimos una mirada de súplica hacia el Cristo macilento y mortecino que cuelga de una pared y parece estar siempre observándonos a la espera de algún ruego. -¡Por Dios, qué sea una falsa alarma! Nuestro pánico exaltado está bien justificado, porque estamos muy sensibilizados: días atrás se había producido un asalto y atraco a mano armada, en una casa cercana, propiedad de un conocido empresario de la zona.

El tiempo se hace interminable, suena el teléfono que descuelgo de forma inmediata; es la llamada de la central receptora de alarmas; me piden la clave; explico de forma breve lo que ocurre. Me dicen: -¿Llamamos a la Guardia Civil?; contesto: -Sí, ¡rápido, por favor! La sirena sigue chirriando. La espera es inacabable y tediosa. ¿Cuánto tiempo ha pasado? De nuevo suena el teléfono, esta vez es mi hermana María Ángel, que vive en la casa que está inmediatamente después. Con voz temblorosa me explica: -Acaba de estar aquí una patrulla de la Guardia Civil, se equivocaron de dirección y ya van hacia tu casa. Intentamos recobrar la calma. Suena el timbre exterior. Desde la ventana abro, con un mando a distancia, el portalón de acceso al coche de los agentes armados. Asomado al antepecho les pongo al tanto. He de abrirles la puerta de la casa y para ello tengo que pasar por delante la pieza donde se ha detectado el movimiento; si no me atrevo, tienen que forzar la puerta. Lleno de miedo bajo a abrirles. Su receptividad y actitud amable son extremas, lo que nos tranquiliza. Entran en la habitación del sensor activado. No hay nadie, pero muy pronto advierten una pequeña rendija en la cristalera; es una noche de viento y con toda probabilidad ha movido la cortina que la cubre. No obstante, revisan toda la casa y alrededores, comprobando que no hay ninguna anormalidad y se ponen a nuestra disposición. Avergonzados, nos disculpamos, les agradecemos su prontitud y eficacia, de la mejor forma que sabemos. ¡Qué enorme suerte y seguridad es el disponer de este cuerpo armado en un lugar cercano!

Ahora soy yo el que llamo a mi hermana. Me contesta su hijo Rafael, el cual me relata el susto que han pasado minutos antes. Les había sonado el timbre de entrada y vieron cómo dos hombres, subidos al muro que cerca su finca, les estaban enfocando con linternas. No solo no le franquearon el acceso sino que llamaron a la Guardia Civil; su contestación: -Somos nosotros mismos, hemos enviado una patrulla en respuesta a su llamada de alarma.

Hemos sufrido esa emoción desagradable que produce un supuesto peligro o amenaza. No acierto a saber si hemos llegado a sentir terror. Valoro como buena definición la dada por el médico, comediante y educador estadounidense, Michael Pritchard: "El miedo es ese pequeño cuarto oscuro donde los negativos son revelados"

Un familiar desaparecido

Con mucha frecuencia, cada cual tiene una persona, familiar o amigo, del que desconoce, desde hace más o menos tiempo, su paradero. Si el trascurso desde su desaparición no ha sido muy largo se plantea si vive; si son muchos los años pasados, si habrá dejado descendientes. Unas desapariciones son voluntarias, otras son forzadas. De muchas de las personas desaparecidas nunca se llega a tener noticias. Al no saber si su ser querido volverá alguna vez, la familia o las amistades viven una situación de incertidumbre. A un periodo de angustia psicológica, sin saber si todavía viven o qué habrá sido de ellos, le sigue una etapa de olvido y aceptación progresiva. Cuando ya han pasado muchos años las nuevas generaciones, en unas ocasiones, ya no saben ni que han existido, en otros casos y circunstancias, se mantiene el recuerdo del que ya no está y la esperanza de saber qué fue del desaparecido.

Cuando las desapariciones afectan a muchas personas de una comunidad, como las utilizadas por diferentes dictaduras, lo que se busca es sembrar el terror en una sociedad en su conjunto o reprimir a la oposición política. El problema es mundial y, desde 2010, está en vigor la Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas. Muchas organizaciones, como las encabezadas por los propios familiares, mayoritariamente mujeres, o de otra índole, de la línea de Amnistía Internacional, buscan su justicia y reparación. No obstante, no son el motivo de este suelto.

En el caso de las desapariciones individuales, diferentes entidades, asociaciones y medios se preocupan por la solución de cada caso. La Dirección General de Policía tiene una página oficial de desaparecidos, al tiempo que realiza una labor profesional gigantesca y eficaz. Existen asociaciones sin ánimo de lucro, por citar una, la constituida en Caravaca de la Cruz en el año 2010. En televisión el periodista Paco Lobatón ha regresado al medio con el programa Desaparecidos, en el que recupera el espíritu de Quién sabe dónde, que él mismo condujo con éxito hace 20 años. También la prensa escrita y digital dedica espacios con esta finalidad. Entre otros, Faro de Vigo ha iniciado unos muy interesantes reportajes dedicados a este tema. Cada uno, a título personal, a través de los registros oficiales, archivos, libros parroquiales de bautismo y otros documentos, hace su búsqueda. Unos y otros requieren ese extraordinario medio que son las búsquedas online en internet.

Uno, desde hace bastantes años, tiene un especial interés en su propia intrahistoria familiar. De esta querencia creo que he dado buena muestra a través de estos artículos. Se afirma continuamente que con la edad se aviva la memoria del pasado, y yo he llegado hace tiempo a esta etapa, si bien creo que no he comenzado a olvidarme de lo actual, y esto me permite enfocar mejor lo sucedido y lo presente. Por línea paterna ( Martinón-Bonello y León-García) tenemos la casi totalidad de los datos gracias a lo que han escrito varios biógrafos, cronistas y periodistas de Gran Canaria, lugar de origen y residencia de mi padre y de la mayoría de nuestros familiares paternos. Entre otros, lo han hecho Rodríguez Díaz de Quintana, Martín Moreno, Luis García de Vegueta, Fernando Paetown, Juan Hernando Perdono y Andrés Hernández Navarro. Por línea materna ( Sánchez-Lucas y Moreno-Miranda) contamos con muchas filiaciones de la familia de mi abuelo materno, anotadas por mi madre, y también son de fácil acceso. Asimismo hay constancias repetidas de los Miranda-Altamirano en los archivos familiares conservados en el Archivo Histórico Nacional, el Archivo del Reino de Galicia y en los Archivos Históricos Provinciales, estudiados por diversos autores, varios ourensanos, a los que hoy no puedo referirme por falta de espacio. Más difícil me ha sido completar las identificaciones de los Moreno. Mis lectores están al tanto de mi tatarabuelo Venancio Moreno Pablos ( Faro de Vigo, 16.11.2014), de mi bisabuelo Ignacio María Moreno Pérez ( Faro de Vigo, 21.08.2011) y de alguno de sus ocho hijos, entre los que está mi abuela materna María Moreno Miranda. Sin embargo, del mayor de los hermanos, Venancio Moreno Miranda, lo único que sabíamos era que había emigrado a Argentina en la segunda década del siglo XX y nuestra única referencia era una fotografía postal, fechada en 1914, en la que aparecía su esposa Margarita López Benavidez y su primera hija María Rita. Hace unos días recibí una llamada telefónica, me la hacía Marta Alicia Romano Tovo, biznieta de Venancio, y en la actualidad abogada residente en Barbastro (Huesca). Llevaban tratando de localizarnos desde hacía años. Desde entonces me ha estado remitiendo numerosos datos de su familia, que es parte de la nuestra. Un día les contaré su curiosa y emocionante historia real. Hoy solo quiero dejar constancia de que el vehículo por el que ha podido localizarnos fue Faro de Vigo, a través de mi suelto: Mi tío Ignacio Moreno Miranda (29.06.2014).