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Daniel Capó FdV

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

El reverso

Puigdemont desea vengarse de todos los que le obligaron a no convocar las autonómicas

La historia suele tener su reverso. En las dramáticas jornadas de octubre, las dudas de Puigdemont causaron una fractura interna en el independentismo que todavía perdura. Aquellos días fueron el inicio de un larga decadencia y de una probable guerra fría territorial, consecuencias -Josep Pla siempre insistió en ello- del choque con la realidad. Por supuesto, la realidad no es solo la aplicación del 155, la huida de Puigdemont, el encarcelamiento de Junqueras y de otros líderes del independentismo, la marcha de las empresas o la fragmentación social en Cataluña, sino también la consolidación de un desafecto emocional en parte de la población catalana hacia el resto de España, el despiece del catalanismo histórico, el resurgir de los populismos y la enorme pérdida en términos de cultura cívica que supone sustituir el marco democrático del consenso por el refrendo plebiscitario.

Puigdemont tuvo una gran oportunidad de convocar elecciones autonómicas para encauzar el procés cuando pactó con Madrid y, a cambio, se hubiera convocado la mesa constitucional; pero el miedo a ser acusado de traidor, las dudas y la desconfianza causaron el destrozo posterior. Puigdemont huyó a Bruselas y en esa huida se escondía una crítica a sus socios de ERC, a los que en la intimidad los acusaba de haberle forzado a declarar formalmente una independencia que ya, en aquel momento, sabía inviable. Con Junqueras en Estremera y un resultado electoral inesperado -se preveía que ERC fuera la primera fuerza política del hemiciclo catalán y terminó siendo la tercera-, Puigdemont ha recuperado la iniciativa. Y desea vengarse de Esquerra y de todos los que le obligaron a no convocar las autonómicas. Su lista es ya una formación cerrada, que puede permitirse al maximalismo de las calles, en contra de la posición orgánica del PDeCAT -mucho más prudente-, porque sabe que cuenta con la baza de unas nuevas elecciones, convocadas por Rajoy y el 155, pero refrendadas por la guerra civil interna que vive el independentismo.

El nuevo presidente del Parlament, Roger Torrent, es un hombre de partido que se someterá con estricta obediencia a lo que le marquen los dirigentes de Esquerra. No es un maverick que actúe por libre. Y, tanto en Esquerra como en la antigua Convergència, parece que se va imponiendo un lento retorno al realismo político, que no supone una renuncia al independentismo sino un ajuste de las expectativas hasta que el equilibrio de fuerzas sea distinto -en Cataluña y en Madrid- y el apoyo internacional, decepcionante para sus intereses hasta ahora, sea más generoso en un futuro.

Si nos dirigimos -o no- hacia una nueva convocatoria electoral -¿cuántas llevamos ya en este último lustro?-, pronto lo sabremos. Pero, más allá de la insistencia suicida de Puigdemont en ser el único candidato, las espesas aguas de la realidad irán volviendo a su cauce. Normalizar la política catalana no significa que nos encontremos ante la solución más o menos definitiva de un problema excesivamente enquistado. Pero sí sería un primer paso que levantaría el 155 y pondría en marcha a medio plazo nuevas dinámicas. Solo el tiempo puede curar aquello que se ha dañado con el paso de los años. El tiempo, la generosidad y la inteligencia. Pero antes, me temo que el independentismo tendrá también que resolver sus querellas internas.

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