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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La catarsis

Ahora mismo, está abierta la fase decisiva en la última crisis de la patronal gallega CEG -que no está viva, como algunos ingenuos tosavía creen, sino mal enterrada- porque según sus Estatutos el presidente de la gestora señor Fontenla convocará elecciones tras la dimisión de Antón Arias. Y si se analiza la situación con cautela, pero también con claridad, la solución no puede ser otra distinta que una profunda catarsis porque, de lo contrario, no habrá más salida viable que la liquidación por derribo. Y eso haría seguramente peor el remedio que la enfermedad.

Claro que eso es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Los males que tiene la Confederación de Empresarios de Galicia no son sólo -con ser muy graves- de tipo económico, quizá por estirar más el brazo que la manga, sino -como consecuencia- de prestigio y de imagen. Que se agrava con la confluencia en su seno de otros dos males propios del país: el minifundismo, al creer muchos de los patronos que es preferible ser cabeza de ratón que cola de león, y el personalismo que, en las federaciones provinciales, hacen de las presidencias un broche social añadido.

La catarsis, entendida en su sentido griego y aplicada en ocasiones como receta para los males de algunos partidos políticos, consiste en una especie de refundación para, partiendo casi -o sin casi- de cero, buscar solución no sólo a los problemas concretos sino a sus causas profundas. Y en el caso de la CEG habría que eliminar los defectos citados, además, por supuesto, de la transformación de una estructura que si cuando fue concebida parecía adecuada, ahora mismo está superada en el marco, mucho más amplio, de una economía global.

No pocos especialistas han indicado que, si el tejido clave en Galicia está formado por pymes, no tiene sentido organizarlo con modelos creados para otra cosa, y encima con una realidad que lo agrava todo: que las grandes empresas, que las hay y de importancia mundial, no juegan tampoco más que un papel ornamental en la estructura, a la que en no pocas ocasiones han auxiliado con ayudas en concepto de "socios benefactores", o algo parecido por llamarles de modo lo bastante inteligible. Y ese suele ser un papel transitorio que aburre y se abandona si se alarga.

La moraleja, siempre desde un punto de vista personal, resulta evidente: si, como el señor Fontenla dice -probablemente con acierto-, Galicia necesita una patronal fuerte, será preciso rehacer lo que hay, dejar de lado ciertos complejos de grandeza que aquí no tienen sentido y adoptar un espíritu pleno de servicio y adaptado a la realidad. De forma que cuando los pequeños y medianos empresarios acudan a sus organizaciones, no se sientan en presencia del Sumo Pontífice a quien hay que pedir audiencia a través de una corte de camarlengos, sino a un compañero de profesión que es refledo de ellos mismos. Y, así, quizá sí, quizá empiecen a cambiar las cosas para mejor.

¿ No??

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