Galicia terminó 2017 con 21.713 afiliados más a la Seguridad Social que el año anterior. Aunque la tasa de paro ha disminuido a niveles de 2008, el descenso viene marcado mayoritariamente por la pérdida de población activa. Pese a ingresar hasta noviembre 168 millones más que en 2016 por cotizaciones -la caja común necesaria para sostener las pensiones-, el incremento no llega siquiera para compensar los 200 millones en que aumenta el coste anual de estas. Tiene mucho que ver, además de con las insuficientes cifras de creación de empleo, con el deterioro de lo que los especialistas denominan "la calidad contributiva" de los cotizantes. Los contratos precarios de los nuevos empleados y la reducción de sueldos han menguado las aportaciones, minando la esperanza de las personas, fundamentalmente jóvenes, que acceden por primera vez al mercado laboral.

Galicia cuenta con un número de cotizantes a la Seguridad Social escaso para sostener una población creciente de jubilados con cada vez mayores expectativas de vida. Hoy por hoy, ninguna autonomía logra cuadrar esa cuenta, aunque en el caso de Galicia el desequilibrio llega al máximo. Lo que los trabajadores gallegos aportan con la retención de sus nóminas solo da para cubrir un tercio de lo que perciben los pensionistas. Los madrileños, los más aventajados, llegan al 90%.

La pirámide de población de la comunidad se asemeja a un orondo botijo: muy estrecho por abajo, la zona correspondiente a los natalicios, y enormemente ancha por arriba, los tramos de mayores. Difícil lograr la estabilidad de esa figura sin una base amplia que la asiente. Es decir, sin un número suficiente de habitantes sobre el que garantizar el natural reemplazo. Y el gráfico comparativo que plasma la evolución del número total de trabajadores y el de pensionados muestra dos líneas que antes avanzaban separadas y hoy están casi juntas. O sea, Galicia anda cerca de tener tantos trabajadores como jubilados. Para ser exactos, cerró el pasado año con 985.448 cotizantes frente a 761.837 pensionistas. Ourense es la primera provincia en España con más jubilados que cotizantes. El "sorpasso" también es una realidad en 220 de los 313 concellos. Una proporción insostenible. En esto va cuarenta años por delante del conjunto de España. Las proyecciones indican que el país registrará el desequilibrio actual de Galicia allá por 2050.

Al endemoniado rompecabezas de estos desajustes hay que añadir otro nuevo: el de la inmensa brecha generacional que empieza a abrirse entre unos jóvenes con sueldos escasos de cuya productividad dependen unas clases pasivas que reciben retribuciones mayores. La clase media gallega de las últimas décadas ha disfrutado de la posibilidad de progreso en el ascensor social. Cuando sus integrantes empezaron como fuerza laboral, más empleos y mejor remunerados les aguardaban. A pesar de baches y contratiempos, casarse durante la juventud, comprar vivienda y coche, escapar al sol en vacaciones, esperar una pensión aceptable a la hora de retirarse eran aspiraciones asequibles.

Las expectativas de los jóvenes de hoy son radicalmente distintas. La incertidumbre laboral es la norma. La formación y el trabajo duro y bien desempeñado no garantizan un empleo. Tampoco una remuneración adecuada. Y deambulan por el alambre durante meses como becarios para acumular experiencia y labrarse una carrera. Adquirir un piso aparece en estas circunstancias, cuando no consigues garantía de nada, como un sueño muy lejano. Fundar una familia también. Y sin familia, no hay relevo generacional que sostenga el sistema.

Con toda la crudeza lo exponen casi 150.000 jóvenes gallegos en la última encuesta de Estadística al aducir la inseguridad laboral, los bajos salarios y la falta de conciliación como causas para renunciar a tener hijos. Por supuesto, ni siquiera pierden un minuto en pensar en la prestación de la que dispondrán cuando les toque. Si para entonces queda algo en la hucha de las pensiones. Bastante hacen con sobreponerse a los avatares diarios.

A las nuevas hornadas de gallegos les transfieren en herencia una inseguridad sin precedentes. Una injusticia. La situación requiere de grandes adaptaciones. El deterioro resulta letal para la confianza. Conseguir un puesto en una empresa ya no significa tener la situación arreglada, y es algo dramático, como recalcan los sociólogos. La temporalidad marca el mercado. Las personas llamadas a tomar el testigo en la sociedad comprueban que carecen de la posibilidad de trazar una trayectoria vital ordenada pese a sus esfuerzos, lo que les induce al desánimo.

No hay que rasgarse las vestiduras. Sí repensar muchas cosas siendo conscientes de la necesidad de reasignar adecuadamente unos recursos escasos, que no dan para todo, eligiendo prioridades claras y realistas. Yerra quien enfoca el envejecimiento como una losa. Al contrario, constituye un hecho positivo. Haber alcanzado una de las esperanzas de vida más altas del mundo habla de nuestras excelencias sanitarias y de unas condiciones ambientales favorables.

Tampoco hace falta flagelarnos dando por hecha la insostenibilidad del sistema de pensiones, aunque la Seguridad Social haya agotado más del 80% de la hucha que acumuló en los tiempos de bonanza como fondo de reserva. Lo que hay es que sentarse de una vez por todas a pactar su reforma para que perdure. Imprimir otra marcha para crear más y mejores empleos. La productividad aumentará y ese dato de crecimiento escapa a la mayoría de las proyecciones a largo plazo. Hace medio siglo, las jubilaciones equivalían al 3% del PIB español. Hoy cuestan el triple. Han subsistido hasta aquí sin graves contratiempos. Antes de cuatro décadas alcanzarán el 15% de la riqueza nacional. Pero, ¿quién puede aseverar que no vamos a contar entonces con recursos para sufragarlas que ni siquiera hoy somos capaces de imaginar?

El todavía insuficiente recorte del déficit no ha reposado en una reducción del gasto de las administraciones sino en el aumento de los ingresos por el esfuerzo de los contribuyentes, hacia cuyos hombros han desplazado la carga. Aún faltan por extirpar profundos males estructurales existentes. Hágase. Para acabar con tanta brecha generacional y tanta incertidumbre precisamos producir riqueza. No existe otro camino que reduzca la desigualdad.