En Davos se reúnen cada año las élites económicas y políticas de muchos países. Gentes que por lo general apuestan por el orden económico liberal y la globalización. El año pasado el mundo de Davos se sentía amenazado por la llegada a la presidencia americana del proteccionista y populista Trump, aunque algo reconfortado por el discurso liberal (sobre el comercio internacional) del presidente chino.

Este año la sorpresa es la irrupción de Donald Trump que, a la hora de escribir esta crónica, todavía no ha hablado. ¿Por qué va Trump a Davos, al templo de todo lo que criticó en su campaña electoral? Una brillante columnista americana dice que por vanidad. Porque ni Obama ni ningún presidente americano ha ido en los últimos 20 años. También para reivindicarse frente al libro "Fire and Fury" de Michael Wolff, gran éxito de ventas que muchos de los de Davos han leído (o visto resúmenes), que lo pinta como un desequilibrado. Quizás también para exhibirse como el presidente que ha logrado una gran rebaja de impuestos para las empresas que ha dopado a Wall Street. El presidente proteccionista que consigue lo que los globalistas ni soñaron.

Pero Davos no se rinde. Tanto el primer ministro indio, Narehdra Modi, como el canadiense, Justine Trudeau, y tres jefes de gobierno europeo (Merkel, Macron y Gentiloni) han defendido el libre comercio, aunque reconociendo que plantea problemas. Y los europeos -a los que se sumó Felipe VI- han reivindicado la Unión Europea. Con fuerza.

¿Por qué sacan pecho? En Alemania todavía se negocia la gobernabilidad e Italia se enfrenta a unas elecciones difíciles, pero el populismo fue derrotado la primavera pasada en Francia y Holanda y, aunque sigue vivo (Merkel dijo que por la inmigración), ha perdido empuje. Y la clave es el optimismo sobre la economía. La política monetaria de Draghi en el BCE (un organismo supranacional) ha relanzado la economía. El FMI acaba de subir la previsión de crecimiento de la zona euro al 2,2% en el 2018. El empleo crece con fuerza y el muy seguido índice PMI de la zona euro de enero está en 58,6 (por encima de 50 indica crecimiento), el máximo en nada menos que 139 meses.

Pese a que Gentiloni, el primer ministro italiano, dijo que la fragmentación política es la nueva realidad de los países del viejo continente (en Italia desde luego), el optimismo ha vuelto a Europa. La preocupación es Trump. Y que no intente depreciar el dólar para dopar la industria americana. El miércoles, tras unas palabras del secretario del Tesoro americano -que hicieron reaccionar al cauto Draghi- el euro se apreció hasta 1,25 dólares. ¿Guerra de monedas?