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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Regresa el nacionalismo español

Un maleducado de los que tanto abundan por España -y por Dinamarca- importunó el otro día en una terraza de Copenhague a Carles Puigdemont, expresidente de la Generalitat y candidato a repetir en el cargo, para pedirle que besase una bandera española. Amablemente, Puigdemont la besó, aclarando que no tenía problema alguno en hacerlo.

Es de suponer que el acosador callejero interpretase la respuesta como una debilidad, dado que su propósito explícito era conseguir que el líder secesionista le diese un beso a la bandera "con dos cojones". Naturalmente se lo dio con los labios, que parecen zona anatómica más adecuada que esa otra para tal cometido.

Puede que la anécdota haya sido muy celebrada por los partidarios del neonacionalismo que está surgiendo en España como indeseado efecto rebote de los excesos de cierto nacionalismo catalán. Si así ocurriese, sería una muy mala noticia. El culto a himnos y banderas había menguado mucho en este país para ser sustituido, afortunadamente, por una visión más ancha de la vida. Parece que ahora vamos marcha atrás.

Por paradójico que resulte, los españoles en general se habían curado del patrioterismo gracias a la larga dictadura del general Franco. A fuerza de colocar la bandera española hasta en los estancos, la política ultranacionalista del Caudillo acabó por generar anticuerpos de rechazo en la sociedad.

Tampoco ayudó a mejorar las cosas el hecho de que el dictador porfiase en asimilar a su régimen con España, de tal modo que cualquier ataque al franquismo era en realidad una ofensa a la Patria. Y si a ello se añade que la oposición antifranquista disponía de su propia bandera republicana, no habrá de extrañar el escaso apego de los demócratas de entonces al nacionalismo de enseñas imperiales y montañas nevadas impulsado por el Centinela de Occidente.

A tal punto llegó la marea que la propia palabra "España" fue sustituida en el vocabulario del antifranquismo por la perífrasis "Estado español": una expresión que curiosamente había sido acuñada por Franco para definir a su régimen.

Más paradójico resulta aún que el hipernacionalismo español cultivado por la dictadura contribuyese a exacerbar los movimientos nacionalistas en los reinos autonómicos de España. Con la llegada de la democracia cambió el color de las banderas, la música de los himnos y los mitos nacionales; pero el espíritu patriótico siguió siendo, en realidad, el mismo.

Verdad es que parece un tanto abusivo comparar una cosa con la otra, en la medida que los actuales partidos nacionalistas se someten a las reglas del juego democrático y ninguno de ellos aspira a la formación de un Estado totalitario.

Lo preocupante, si acaso, es que los nacionalismos se retroalimentan entre sí. Del mismo modo que el franquismo dio pretexto a los nacionalistas de la periferia, son ahora estos últimos -con sus demasías- los que están fomentando el regreso de un neonacionalismo español que creíamos archivado en el libro gordo de la Historia.

Para muestra y síntoma, baste el caso de ese impertinente que el otro día se empeñó en hacer besar por huevos a Puigdemont la bandera de España. Igual llevaba razón Samuel Johnson cuando dijo que el patriotismo es el último refugio de los bribones. Tanto da si en Barcelona, en Madrid o en Singapur.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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