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De vuelta y media

Los mingitorios Pontevedra sufrió en el siglo XX una carencia extrema de evacuatorios públicos que el Ayuntamiento no logró solventar

Pontevedra contaba a principios del siglo XX con dos artísticos mingitorios de idéntica estructura en hierro forjado: uno estaba en la esquina del Parterre, frente por frente de la terraza del Savoy, artilugio singular que luce en varias postales de aquel tiempo; y su primo hermano campaba en los jardines del barrio del Pilón (así llamado por el estanque de Sesmero que luego se trasladó a Las Palmeras), frente a la entrada de la Alameda, donde más tarde se levantó el Gobierno Civil.

La construcción en 1910 de unos evacuatorios subterráneos en la Puerta del Sol de Madrid, que reemplazaron a otros terrestres, causaron un notable impacto popular en toda España. La gente consideró que eran un símbolo de progreso. A partir de entonces, tales urinarios constituyeron un anhelo para todas las ciudades y Pontevedra no fue una excepción.

"Aquí en Pontevedra, como en toda Galicia, todavía no se han adoptado los evacuatorios subterráneos, sin duda porque abundan los establecidos al aire libre. Pero eso resulta demasiado repulsivo e inconveniente; es bárbaro, dígase lo que se quiera".

Ruiz Enríquez, un incisivo cronista que denunciaba en 1923 el "lento, perezoso e indolente" despertar de esta ciudad, escribió el comentario reseñado en favor de un progreso "que estriba en corregir los descuidos del pasado, proveyendo las necesidades de la humanidad". Nadie le hizo mucho caso, puesto que no empezó a barajarse su construcción hasta 1929.

A finales de aquella década, el Ayuntamiento de Pontevedra abordó de forma paralela dos proyectos de mingitorios subterráneos, que corrieron suerte desigual.

Una moción presentada aquel año por el concejal Sinforiano Melero actuó como punta de lanza para la supresión del histórico Parterre, entonces un lugar oscuro, deteriorado e insoluble, y su conversión en el parque ajardinado que llevó el nombre de Casto Sampedro. Además de la instalación de la antigua fuente de la Herrería, también se proyectó un urinario bajo la rampa de la iglesia de San Francisco.

La corporación municipal aprobó la obra en 1930, y luego se reclamó su ejecución unas cuantas veces por parecer muy necesaria. Sin embargo, nunca llegó a acometerse por falta de consignación.

El concejal Marcelino Candendo propuso en 1931 la instalación de un abrevadero y un evacuatorio en el Campo de la Feria. Su compañero Tomás Abeigón defendió el primero, pero se opuso al segundo por considerar prioritarios otros lugares. Y el alcalde en funciones Arturo Rey terció en la controversia y consideró imprescindible su ubicación en el antiguo Parterre. El pleno municipal aprobó el abrevadero y encargó el estudio del mingitorio al arquitecto municipal, Emilio Salgado. O sea de nuevo vuelta a empezar.

El padre guardián del convento de San Francisco autorizó su instalación en plena Guerra Civil "en el paredón que sostiene O Galiñeiro por la parte de Benito Corbal". Pero el horno no estaba para bollos en aquel tiempo y el Ayuntamiento terminó por ubicar en dicho lugar los dos quioscos desplazados desde la Herrería, que regentaban Enrique Paredes y Manuela García. Allí siguen hoy tal cual.

Aquel proyecto de mingitorio bajo tierra volvió sobre sus pasos una década más tarde, cuando una Comisión Permanente aprobó en 1950 su construcción "junto a la Delegación de Hacienda". Pero la carencia de alcantarillado en aquel lugar dilató y dilató el asunto, hasta que tres años después se encomendó a los concejales Hereder Solla y García Lastra la fijación del lugar exacto "entre las plazas del Generalísimo y Calvo Sotelo" (hoy Herrería y Ourense). Sin embargo, el proyecto de Salgado nunca llegó a materializarse y esa carencia dio pábulo al "meódromo" a caño libre en la trasera de Hacienda, conocida entonces como "la cuesta de Bomberos".

Mejor suerte corrió el otro proyecto de evacuatorio subterráneo en la plaza de la República (luego de España), que el arquitecto municipal Emilio Quiroga redactó en 1933. El boceto contempló un espacio doble de tres metros cuadrados cada uno, que disponía de váteres y lavabos, con entradas separadas para cada sexo. Su presupuesto ascendió a 13.268,55 pesetas, pero su construcción tardó diez años en acometerse y triplicó su coste final.

Después de la Guerra Civil, esta ciudad no disponía de un solo mingitorio público y esa carencia trajo de cabeza a varias corporaciones municipales. Sus integrantes asumieron que resultaba "un servicio imprescindible en toda ciudad medianamente urbanizada". Y Pontevedra aspiraba a serlo.

De vuelta a la alcaldía por segunda vez, Remigio Hevia cogió de su mano el proyecto y no paró hasta que encauzó su ejecución por vía de urgencia. Tras declararse desierto el concurso en sucesivas subastas por falta de licitadores ante su exigua financiación, la corporación facultó al regidor para una adjudicación directa.

Esa contratación se formalizó el 21 de diciembre de 1942 en la propia alcaldía por el precio de 47.118,35 pesetas, con el arquitecto marinense Fernando Gallego Fernández, representante de Construcciones Pernas, entonces en su máximo apogeo por las obras de la Escuela Naval Militar.

El urinario subterráneo instalado junto a la Casa Consistorial entró en funcionamiento al año siguiente. Al fin, las mujeres dispusieron de un lugar público en donde hacer aguas con tranquilidad e higiene. Adelina Costal Landeiro fue la primera encargada de mantener sus instalaciones en perfecto estado por cuenta del Ayuntamiento y prestó servicio durante mucho tiempo.

Todavía a mediados de 1974, una corporación encabezada por Joaquín Queizán pidió al arquitecto municipal, Alfonso Barreiro, un proyecto de aseos subterráneos en los Jardines de Vincenti. Pero nunca adquirió carta de naturaleza.

El único evacuatorio subterráneo que conoció esta ciudad dejó de cumplir con su decoroso cometido en la década de los años 80 para convertirse en un antro de pésima reputación, que nada tenía que ver con su finalidad original. Tal degradación precipitó su inhabilitación. Hace solo pocas semanas, el concejal Demetrio Gómez formalizó su clausura definitiva y Pontevedra dijo adiós a "un servizo de outra época".

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